Erasmus sin bici en Holanda

Hola, mi nombre es Marta Bonilla. Me presento muy brevemente porque mi persona no es el motivo que da lugar a estas líneas. Estudio Periodismo desde hace ya cuatro años en la Universidad CEU Cardenal Herrera. Aunque hoy, no os escribo desde Alfara del Patriarca sino desde Utrecht. Por cultura general supongo que todos lo situarías en el mapa pero para algún rezagado, aclaro que pertenece a Holanda. Ese pequeño país al norte de Europa que en ciertas ocasiones pasa desapercibido.

En Zeist, donde reside Marta

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Desconozco si estará registrado pero me atrevería a decir que existen mayores posibilidades de ser atropellado por un ciclista que por un coche. Es una locura el número de habitantes que se desplazan en bicicleta. Constantemente la gente se sorprende cuando les comento que todavía no he comprado la mía. Todos tienen una. Absolutamente todos, incluso la gente mayor. Posiblemente por ese motivo presentan un porte físico tan robusto y atlético. Con su debido respeto, yo no me imagino a mi abuela en bicicleta en España. Sin embargo, aquí en Holanda pasaría desapercibida.

«Dicen que vienes con una mentalidad y te marchas con otra. estoy encantada de haber tomado la decisión de veniR «

En relación a lo “holandés”,  el queso es su producto por excelencia. Pero si pensáis que es lo que mejor saben preparar, estáis equivocados. Sus galletas, lo que aquí llaman “Stroopwafel”, y que para mí sigue siendo impronunciable, son lo mejor que uno puede probar. Por lo demás, creo que los españoles y, particularmente los mediterráneos, no tenemos nada que envidiar. Al contrario de nuestra variada gastronomía, aquí no poseen ningún menú típico o dieta regional. Lo más parecido a un plato tradicional es un sándwich, hecho a base de pan y queso y que comen a las 12 del mediodía. Esa es su “lunch”. Antes toman un desayuno a las siete u ocho de la mañana y, después, a las seis de la tarde, la cena. Claro que es algo que todavía no he cumplido.

En el centro de Utrecht, frente a la catedral.

Vivo en estos momentos en Zeist, una zona residencial y tranquila a escasos diez minutos en autobús del campus universitario de Utrecht. Lo llaman coloquialmente “De Uithof”. Es inmenso y es un lugar muy innovador. Aproximadamente 33 mil estudiantes vamos y venimos allí cada día. Particularmente yo estoy yendo a una Escuela de Periodismo. Estoy cursando un programa de Periodismo y Cultura Europea. Es muy exigente el nivel demandado pero merece la pena. Comparto clase con gente procedente de más de 12 nacionalidades, lo que hace que el ambiente sea muy internacional, tolerante, abierto y, sobre todo, interesante.

Lo mismo ocurre en mi casa. En mi apartamento en Zeist convivo con nueve personas: cuatro franceses, una alemana, dos turcos, un búlgaro y si no me he descontado, un estadounidense. Sí, somos un cóctel de lo más variopinto e interesante, pero todos estamos aprendiendo de todos. Creo que en esto estriba el sentido de la beca Erasmus +, aprender de nuestras diferencias y encontrar los lazos que nos unen.  Dicen que vienes con una mentalidad y te marchas con otra. Posiblemente así sea. Somos el resultado de las circunstancias que nos acompañan y yo estoy encantada de haber tomado la decisión de haber venido a experimentar esta.

 

Noche en Utrecht
Visita con la clase a Amsterdam como parte de una asignatura

 

 

 

 

 

 

Aunque es pronto para predecirlo creo el 21 de junio se subirá al avión con dirección Valencia, una persona más tolerante, fuerte y segura de sí misma. Con sus 38 kilos y medio de equipaje que me llevé también habrá, aunque cueste creerlo, espacio para decenas de amistades y momentos que no se repetirán nunca. Instantes buenos y no tan buenos porque si uno piensa que todo va a ser fiesta, desengañaros, el Erasmus también tiene su parte dura. Yo he reído casi tanto como he llorado.

«Es IMPOSIBLE no llegar a aprender o a disfrutar de esta experiencia»

No pretendo asustar a nadie, primero, porque no siempre ha sido por añoranza o tristeza y, segundo, porque cada persona es un mundo. Yo, sin vergüenza alguna puedo decir que he llorado de emoción al recibir mensajes preciosos de mi gente de España.

En Rotterdam

Aprendes a saber lo que significa un café con una amiga o una comida familiar. Incluso la rutina, esa que a veces tanto odias, terminas entendiendo que no es ni mucho menos ni tan aburrida ni tan mala.

Por todo esto, si me preguntan si tengo que recomendar a alguien vivir el Erasmus y salir unos meses de su zona de confort, mi respuesta es clara y concisa: sí. Es IMPOSIBLE (y lo digo en mayúsculas) no llegar a aprender o a disfrutar, cada uno a su manera, de esta experiencia.

 

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