Qué es la ideología o la problematicidad de la ciencia política

Un inmenso y complejo campo relacional (en la política y lo político; en lo óntico y lo ontológico) separa y une la ideología y la ciencia política. Ciertamente, la ideología es una noción de “concreción desplazada”. A salvo de cualquier atribución de intencionalidad contra-argumentativa, la ideología suele significar prácticas muy variadas, desde cosmovisiones o marcos generales de percepción y pensamiento hasta modalidades de conciencia, tipos de discurso, formas de conocimiento, estatutos de organizaciones o instituciones, actitudes y comportamientos, fuentes de inspiración de dispositivos para la socialización, modos de legitimación de poderes, órdenes hegemónicos de dominación o explotación, etc. Se trata, también, de un menú a la carta de recursos axiológicos y evaluaciones normativas. La ideología resulta, pues, un concepto especialmente escurridizo para la elaboración de una perspectiva teórica.
En términos epistemológicos, la ideología designa sistemas de representaciones en las esferas de las creencias, la moral o la política, entre otras. En principio, en la teoría política, suele tomarse como un conjunto de ideas expresivas de las necesidades y aspiraciones de algún grupo social o como una doctrina que aporta los fundamentos de un sistema social o político. En cuanto caudal de dogmatismos y prejuicios, la ideología se opone al conocimiento científico. Pero las fronteras entre la ideología y el conocimiento científico no están bien marcadas. Los tipos de racionalidad pragmática, instrumental y teleológica conforman, para el ideólogo, un conjunto indiferenciado. Así, una vez definida la verdad fundacional, la realidad social queda convertida en una función. En primer lugar, la ideología es un discurso expresivo de un saber (pseudo-saber) que, por social, no puede dejar de ser ideológico. Su objetivación, como corresponde a cualquier verdad, incluso la revestida de validez científica, no es el producto de una intersubjetividad afortunada, al respecto (lo que sirve, asimismo, de criterio de medición en intensidad y extensión), en la dirección de un constituyente absoluto y universal sino, más bien, es constitutiva de una acción intragrupal, según la autoridad del reconocimiento de intereses particulares y relativos. Por supuesto, la ideología configura un saber distinto del teórico; es un saber propiamente social, de orientación práctica. Los principios de certeza y validez, las reglas de la causalidad, las definiciones conceptuales y operativas no señalan los espacios nomológicos de la ideología aplicada. Los principios de verificabilidad y falsabilidad no conciernen al saber ideológico. Su mismo objeto es de todo punto heterogéneo y, a veces, descaradamente heterónomo y no necesita contextos de justificación que no reenvíen al propio saber ideológico. Nada ha de responder a las demandas de verificación. La “demostración” de sus argumentos se inscribe en los elementos autorreferenciales a disposición y orientados, muy a menudo, exclusivamente a la utilidad retórica. Las ideologías son representaciones de dogmas o axiomas que reafirman, una y otra vez, sus valores fundacionales. La ideología es, pues, para el ideólogo, una referencia declarativa de la verdad. Para los creyentes ideologizados, lo que sucede es que los Otros desconocen o se empeñan en negar la verdad. Ahora bien, el creyente ideólogo sabe lo que el Otro niega o ignora. Con todo, el politólogo no debe despreciar el contenido cognitivo de las ideologías, de cualquier ideología.
El saber que contiene la ideología (a modo de un depósito de recursos, en el sentido que Heidegger pensaba la técnica: un almacén de existencias a disposición) puede ofertarse en múltiples variaciones: si la primera, la de las sociedades primitivas, se plasmaba en las mitologías narrativas y poiéticas, la última, la de nuestro tiempo, adopta una forma (conscientemente) seudocientífica. Y es que, en los límites, la ideología no se alimenta de la lógica: no hay necesidad de tal dependencia. Los ideólogos pueden inventar, para la felicidad de sus seguidores, cualquier verdad sucesoria hasta su elevación al principio de los principios, a la naturaleza de dogma, sin mayores problemas adaptativos a las conveniencias y exigencias de los ajustes en los contextos sociales. La imaginación ideológica no padece la enfermedad del rigor y la coherencia. La realidad no podría enturbiar su verdad fundacional. En el mejor de los casos, se apoyará en ciertos rasgos de verosimilitud inducida, cualesquiera fueren sus delirios. Y los “hechos” son los que ellos mismos escogen y construyen para convertirlos en “pruebas” de sus convicciones. Las ideologías no se sienten molestas por la incorporación de fragmentos protésicos (en nuestros días, procedentes, con cierta frecuencia, a pesar de todo, de la racionalidad científica y técnica) que coadyuven al refuerzo de la “objetividad” de sus “análisis”. El referente ideológico es constitutivamente adaptativo a las necesidades de integración de sus creyentes. Por eso mismo, requiere la más oportuna enunciación de prescripciones normativas orientadas a las prácticas, a la acción social (como cuando la consigna sustituye al razonamiento). ¿Alguien conoce alguna guía práctica para que las representaciones ideológicas no asfixien a las proposiciones científicas?

Arturo

1 COMENTARIO

  1. estas dos obras dan cuenta de lo que dice el autor
    VOEGELING ,E. La nueva Ciencia Política. Una introducción, Katz, Buenos Aires, 2006( Primera edición, The University of Chicago, Press, 1952)
    KELSEN, H., ¿Una nueva Ciencia Política? Réplica a Eric Voegelin, Katz, Buenos Aires, 2006( Original de 1954 en el Hans Kelsen Institut de Viena)

    y este HOOD,C. -JACKSON,M.La argumentación administrativa, FCE,México, 1997, desvela la ideologia de una supuesta teoria de la Nueva gestión Publica

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