La Unión Europea es el símbolo de prosperidad, comunión y democracia en un mundo cada vez más convulso y brumoso, movido por vientos huracanados, los vientos de la globalización. Pero en los últimos tiempos, el sólido espíritu de la Unión, que siempre ha avanzado hacia la paz y la libertad, ha empezado a resquebrajarse. Los causantes de esto son los nuevos movimientos nacional-populistas, que tanto se parecen a los antiguos nacionalismos de entre-guerras y como ellos, han tenido un rápido auge en nuestra tierra, Europa.
En este tercer programa de radio de «Ceuropa» del lunes 25 de noviembre nuestro grupo trata de realizar un esquema básico del grave problema al que nos enfrentamos todos los europeos, respondiendo a las preguntas que atienden a cuatro puntos esenciales:
- las causas del movimiento,
- el chivo expiatorio y su uso por los partidos de este movimiento,
- una comparación con los nacionalismos del siglo XX y
- las opciones de futuro de la UE.
¿Por qué?
Esa es la pregunta más repetida ante el crecimiento fulgurante de los partidos de ultraderecha, los nacional-populistas. Muchos acuñan el término fascista a secas para referirse a ellos, pero lo cierto es que no son partidos con una ideología concreta que pueda sustentar un supuesto totalitarismo, sino que recogen muchos de los antiguos rasgos de los fascismos, se reafirman en la nacionalidad y utilizan un discurso populista; he de ahí su nombre. Uno de estos rasgos es la simpleza de su mensaje, en el cual reside su éxito:
estos partidos ofrecen soluciones rápidas y esquemas simples de comprensión del mundo político que calan entre las desfavorecidas clases medias.
Las clases medias ya no confían en un sistema democrático que las deja a merced de una economía globalizada, por lo que, descontentos, recurren a los partidos que les proponen tres cosas: les ofrecen una identidad cerrada de la que sentirse orgullosos, esto es, exaltan la nación; prometen romper con la casta política, lo que significa romper con el inútil sistema y señalan a unos culpables fácilmente reconocibles, es decir, hacen uso del chivo expiatorio.
Centrándonos en este último punto, que creemos de especial relevancia, hemos de explicar que el chivo expiatorio es la denominación que se le otorga a las minorías étnicas cuando son tachadas de culpables de algo que realmente no son, para eximir a los verdaderos culpables. El ejemplo más destacado es el antisemitismo nazi, con su máximo exponente, el Holocausto judío, aunque también fue de gran importancia la caza de brujas durante el siglo XVI.
El paralelismo con la actualidad es abrumador, en España, Vox ataca a los inmigrantes con la promesa de medidas tan antihumanas como la repatriación total de inmigrantes legales y no legales o la prohibición de ONGs. Pero, como hemos dicho, no es el único; en Turquía, Erdogan amenaza con enviar 4 millones de inmigrantes a la UE o en Hungría, Viktor Orbán dicta que el problema de la despoblación sería solucionado con el nacimiento de más húngaros y no la entrada de inmigrantes. Pero Europa no es una excepción, basta con escuchar los discursos racistas de Trump o Bolsonaro. En conclusión, este odio hacia el diferente solo es paradigmático de un creciente odio hacia los derechos humanos y la democracia y sobre todo, hacia el cosmopolitismo y la globalización.
El espíritu europeo es, en todo caso, contrario a esta forma de ver el mundo.
Nuestro viejo continente ha ido superando obstáculos increíbles, como las guerras de religión o las dos guerras mundiales, para avanzar hacia la protección de los derechos humanos, la justicia, la democracia y finalmente, el estado de bienestar. Aún así esta marea ultraderechista, que gobierna totalmente en Polonia y Hungría y que se encuentra en coaliciones en Holanda, Bulgaria, Letonia, Finlandia y España, no es ajena, sino que nace en el seno de Europa.
De nuevo, el origen se encuentra en el descontento de las clases medias, sobre todo después de la crisis del 2008 y es por ello que nosotros tenemos la obligación de contener el movimiento. Para ello es necesario establecer líneas rojas contra la extrema derecha en todos los ámbitos, fortalecer la unión interna de la Unión y crear un discurso democrático y moderado que convenza a los perdedores de la globalización que el populismo no es la solución. Sobre todo hemos de exigir a nuestros dirigentes que no permitan que se cuestionen los derechos que tanto nos han costado a los europeos conseguir, como la igualdad entre hombres y mujeres, el respeto a la diversidad sexual o la aceptación de que todos somos iguales, sin depender del color de piel.
Los nuevos nacionalismos son anti-europeístas, puesto que consideran el sentimiento europeísta como un aparato burocrático que perjudica a la propia nación. Es por eso, que como se ha dicho anteriormente, para no alimentar estos movimientos, la unión de Europa es esencial. Jean-Claude Juncker, expresidente de la Comisión Europea, dijo que «debemos demostrar que Europa puede superar las diferencias entre el norte y el sur, el este y el oeste, la izquierda y la derecha». Para ello es vital que haya una mayor cesión de soberanía por parte de los estados miembros hacia la propia Unión Europea, avanzando así hacia un proyecto federal. Esto es, hacer de Europa una sola voz.
Artículo de opinión redactado por Daniel Tortosa Sánchez-Alcón, alumno de 2º de Ciencias Políticas. Se enmarca en el programa de radio CEUROPA que coordinan la prof. Susana Sanz Caballero (Cátedra Jean Monnet) y la prof. Ángels Álvarez. El programa forma parte del proyecto de innovación dirigido por ambas y reconocido por la Fundación.
Las opiniones aquí expresadas son únicamente de Daniel Tortosa Sánchez-Alcón.