Muselmänner. Los que han visto a la Gorgona

Edificio habilitado en Atenas para los refugiados (Imagen: Iván Martínez)
Edificio habilitado en Atenas para los refugiados (Imagen: Iván Martínez)

El planteamiento de la filosofía política del poder soberano propuesto por Giorgio Agamben es muy conocido. Trata de los mecanismos de  politización de la vida desnuda, de la introducción de la zoe en la organización de la polis, el gran acontecimiento de la modernidad, según advierte el ilustre pensador veneciano. También nos dice que ese viento de indiferenciación entre la zoe y el bios trajo la marca de una transformación radical de las categorías de la filosofía política del pensamiento clásico. La referencia de Agamben es la distinción aristotélica de la zoe y el bios. El mundo antiguo confinó a la zoe a la esfera privada, excluyéndola, explícitamente, de la esfera pública. Foucault, atendiendo a la historia de la racionalidad, tal y como manifestaban las instituciones políticas modernas, apuntó al rasgo de la dominación biopolítica, coligada al poder soberano. Cuando los mecanismos del poder político empezaron a interesarse por la vida entendida en sus términos biológicos, es decir, cuando comprendieron el alcance en los cuerpos (físicos) de las decisiones políticas, transformaron la política en biopolítica, sin perjuicio de que la integración de la zoe en la polis se hubiera producido mucho antes que la emergencia histórica de la modernidad. La novedad consistía en la coincidencia de los márgenes de la organización política, ocupados por la zoe, y el espacio público, propio del bios. En virtud de tal coincidencia, la exclusión y la inclusión, la vida desnuda y la vida con derechos, el exterior y el interior del cuerpo político, la zoe y el bios se confundieron en una zona común de indiferenciación.

La norma jurídica es, paradójicamente, creadora del homo sacer, y la propia excepción le confiere un estatuto jurídico. La estructura del poder soberano necesita de esa(s) paradoja(s) con que se legitima el estado de excepción. No importa que, en esa paradójica evaluación del valor de lo viviente, para el dispositivo racional-legal, el ciudadano devenga homo sacer.

En estos días, por los campos de refugiados deambulan los supervivientes de los bombardeos masivos y el mar de las concertinas, sometidos a la indiferenciación de la zoe y el bio por la decisión de un soberano que reafirma su poder biopolítico en la excepción que él mismo decide. El internamiento de los refugiados en los campos de Europa, guardando su turno hasta que les llegue el momento en que serán sometidos a la decisión (“uno por uno”) de traslado a los campos turcos, es del todo coherente con la racionalidad del poder soberano, que necesita la subsunción del estado de excepción en la normalidad de sus actos de soberanía, por más que lo sitúen al exterior de la norma o de los fundamentos normativos de justificación política de su decisión. El poder soberano de europeos y turcos ha manifestado su voluntad de síntesis de la zoe y el bios, de los márgenes de la organización política y de la propia organización política, en una decisión biopolítica, cruzando el umbral de indiferenciación, que conduce a la zona de indiferencia entre las oportunidades de vida y el destino de muerte.

Lo contó Primo Levi: el Muselmann era el hombre que había visto a la Gorgona. El que, por eso mismo, nunca podría contar lo que vio. Pero la consciencia de la paradoja de la indiferenciación no resuelve el vacío que expresa la mirada del Muselmann, el que puede ser asesinado sin preguntarle por lo que dejará cuando se consume el acto final de su esperanza sin expectativas. El soberano se encargará del recuento de cadáveres, sin testigos incómodos. Los que vieron a la Gorgona tenían que morir. Creo que Derrida comprendió la tragedia fundamental de la paradoja. Adorno y Lévinas, sin tomar atajos, también. Derrida, haciendo del ciego un testigo privilegiado. Adorno, pensando la tragedia de lo vivido en el nombre de la reconciliación en lo que estaba por venir. Lévinas, tratando de responder a la pregunta por la alteridad sin apartar la mirada de las cuencas vacías del hombre de la muerte inminente.

En el argot de los campos de exterminio, los Muselmänner eran los hombres a los que esperaba una muerte inminente que, con aquello de lo que les quedaba de vida desnuda, delimitaba la zona de indiferenciación en la que se manifestaría otra paradoja: la de la impotencia del vigilante, el representante del poder soberano. En efecto, la producción de vidas desnudas, de Muselmänner, de hombres privados de su humanidad, hombres muertos con un resto de vida biológica, ha de acarrear, también, con la paradoja de la resistencia del totalmente sometido. No es relevante que el vigilante franquee los límites de la violencia legítima (que, por más que gratuita, será legítima en virtud de la paradójica norma de la excepción) puesto que deberá someterse, él mismo, a la impotencia de su poder soberano: nada más puede arrebatársele al que todo le ha sido arrebatado.

La filosofía política del poder soberano continuará estando donde está. Sin embargo, la misma idea de soberanía requiere una resituación ontológica y política. Tanto más cuanto que asoma por el horizonte esa forma de Estado que los politólogos norteamericanos han convenido en denominar “de seguridad”, y que algunos ya toman como una firme alternativa al Estado de derecho. Tanto más cuanto que ese acontecimiento exige un acta de cumplimiento de la precondición de la despolitización general, tan conveniente, por cierto, a los intereses de la variedad de populismo más extendida en estos días y por estos lugares, la del populismo reaccionario, cabeza de puente del fascismo sintético que ya está aquí. Los gases lacrimógenos y las balas de goma que han herido los cuerpos de los refugiados en la frontera de Macedonia son expresiones de una decisión soberana de poder biopolítico incompatible con los fundamentos normativos de legitimación de la democracia. Los cuerpos sin vida de los niños sirios en las playas turcas, las cabezas reventadas de los refugiados, las familias rotas son acontecimientos propios de las vidas desnudas. Muchos de ellos ya están cercanos a la condición de los Muselmänner de Auschwitz. Puede que no tarden en ver a la Gorgona.        

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