Ana Verdú cuenta su experiencia en el Club de Naciones Unidas.
«Ana, tú cubres Asamblea General«. Y, moviéndose de un lado a otro, me dejó Nicole, la presidenta de mi comité, una nota de papel acerca de Turquía. «Chicos, crisis. Ahora daréis a conocer, cada cual en el organismo que le corresponda, crisis internacionales. Estad preparados; ellos, los delegados, podrán haceros todo tipo de preguntas y vosotros deberéis responderlas», nos dijo. Miré al resto de mis compañeros, pero todos teníamos la misma cara.
«Tenéis unos diez minutos». Entonces, miedo al miedo, presión y expectativas. Estaba temblando, no sabía si lo haría bien o si quedaría en completo ridículo. Sin embargo, no tuve demasiado tiempo; cuando creí haber dado con una solución, estaba delante de una treintena de personas desconocidas, pronunciando las palabras mágicas: «Distinguidos Estados Participantes, Turquía nos acaba de comunicar el desalojo inmediato de más de 800.000 refugiados de su territorio, dejando a miles de sirios a la espera de nuevas resoluciones por parte del Cuerpo Diplomático«.
Recuerdo que, cuando supe de la existencia de CEU-MUN (Club de Modelos de las Naciones Unidas), estaba muy cansada, esperando, para variar, en el departamento de Relaciones Internacionales. En la puerta había un cartel que decía: “¡Apúntate! Participaremos en el Modelo de Naciones Unidas de Navarra”. Tenía muy buena pinta; hacía tan sólo horas que había vuelto de finalizar unas prácticas diplomáticas en Viena, y podía suponer una gran oportunidad para poner a prueba todo lo aprendido.
Pero, no voy a mentir. Una de las razones por las cuales decidí formar parte de CEU-MUN fue porque tengo miedo escénico. Por eso, me obligué a pedir aquellos países que, normalmente, más piden la palabra (o aquellos que, por lo general, no resisten el silencio): Estados Unidos, Reino Unido, y cómo no, Rusia. Sin embargo, no me tocó ninguno. Me tocó algo nuevo y, absolutamente, hecho a medida: the Press Corps, o el Comité de Prensa. Y jugaría el rol de la BBC.
Entonces, conocí a mis compañeros: Tomás, João, Aina, Yaiza, Silvia y Naila. Todos, a su diferente manera, me parecieron unos valientes, unos «guerreros». Tomás es un argentino que cursa segundo año de Derecho y es la cabeza del Club de Modelos de las Naciones Unidas; João llegó de Brasil en agosto para, también, empezar Derecho; Silvia, como yo, estudia tercero de Periodismo y viene de la mismísima Guinea Ecuatorial; y Naila, igualmente compañera de clase, así como futura periodista, es de Argelia. Las únicas valencianas éramos Aina, estudiante de primero de Veterinaria; Yaiza, la chica de primer año más entusiasta de Derecho que he conocido, y yo. Siete historias distintas.
Tomás y João tenían algo más de tablas en esto, por lo que fueron ellos quienes nos aconsejaron a los demás la mayor parte del tiempo. ¿Lo primero de todo? Hacer los deberes. Documentarse. Quién es tu país, la historia que lo envuelve, quiénes quieren lo mejor para ti… y sobre todo, quiénes no. Contamos con una buena preparación, pero, lamentablemente, no todo se basa en la formación o los conocimientos adquiridos; la suerte la determina el propio criterio al discernir cuándo y de qué forma uno debe hacer uso de lo que conoce. Muchos de nosotros pensamos que nos iban a comer.
El primer día fue muy crítico. Nos dieron un reparto un poquito mediático, a parte de controvertido. Pero, la que más complicado lo tenía –para mí– era Yaiza. Casi todos estaban en Asamblea General; Tomás era la viva imagen de Trump, João hacía de su fiel amigo Israel, Silvia era Venezuela y Naila representaba Túnez. Al estar en uno de los órganos principales de las Naciones Unidas, los delegados podían debatir en castellano, lo que facilitó que las discusiones fueran algo más amenas y accesibles. Y, en el caso de que no fuera esa su lengua nativa, uno puede siempre camuflarse mejor ahí que durante una reunión del Consejo de Seguridad.
Sin embargo, Yaiza tuvo que dar vida –en inglés, claro– a China en el Comité de Desarme y Seguridad Internacional, y un país como China no puede “no hablar”. Aunque, a todos les fue bien ese día, menos a la de prensa. O, en otras palabras: menos a mí. Totalmente perdida, no entendía nada; ni por qué hablaban de sinsentidos inesperadamente, ni por qué se votaba cada cinco minutos. Pero, lo peor era que yo tenía que apuntarlo todo para, después, hacer un artículo gigante. «¿No querías Periodismo? Toma Periodismo», me dijo mi padre por teléfono cuando quiso saber cómo de genial me lo estaba pasando.
El segundo y tercer día fueron otra historia. Me habría quedado semanas. A la mañana siguiente conseguí mandar el artículo de opinión que debía redactar acerca de la esclavitud, uno de los temas establecidos por el Comité de Derechos Humanos, y acto seguido me destinaron a la gran Asamblea General. Eso me gustó mucho, porque sentía bastante curiosidad por ver debatir a mis amigos. Y lo hacían muy, pero que muy bien. Eran ellos, Tomás y João, los que lideraban por completo la discusión.
Al momento me di cuenta del problema: por mucho que me gustara su forma de razonar, la BBC es una cadena que rechaza la política de Trump, así que lo único que podía hacer era criticarles a través de reseñas y procurar quitarles apoyos. Intenté restar el soporte que tenían de varias formas: filtrando «buena» y «mala» información, presionando a la Comunidad Internacional y haciendo preguntas que nadie quiere contestar. Ellos, a su vez, también intentaron desacreditarme y –cariñosamente– desterrarme de su sala. Pero ninguno de nosotros acabó por tomar el ataque de forma personal; estábamos interpretando nuestro papel, y que fuéramos capaces de rebatirnos, hizo que la competitividad incrementase, convirtiendo la simulación en una lucha de poderes, que, con total seguridad, ocurre todos los días.
Al final, João recibió uno de los tres premios a «Mejor Delegado» que concedían en su comité, y a mí se me hizo entrega del premio a la «Mejor Delegada» del Comité de Prensa.
Asistir a una simulación de MUN es muy divertido. Ves de todo. Y aquí viene la parte crítica: la mayoría son estudiantes de Derecho/Derecho Internacional, Relaciones Internacionales o Ciencias Políticas. Aun así, tuve la suerte de conocer a personas que hacían, por ejemplo, Veterinaria. Pero, entonces aparecían los «uy». Me daban qué pensar. «Uy, ¿qué haces aquí, entonces?», escuché varias veces. Es un tanto paradójico mencionar el factor elitista de los Modelos de Naciones Unidas, cuando su finalidad es, precisamente, dar a conocer el funcionamiento de la organización y su potencial, así como sus flaquezas. Definitivamente, sí: falta más gente de Veterinaria.
Y de Magisterio, Ingeniería, Fisioterapia, Diseño y, ¿por qué no? Unos pocos más de los míos, esos que dicen querer llamarse «periodistas».
Texto y fotos: Ana Verdú