SPOILER ALERT: La deshumanización del refugiado (por Nuria Hernandez)

Llevo dos semanas con una historia en la cabeza. Dos semanas desde que empecé y terminé una de las series de moda: The Handmaid’s Tale que no ha parado de recoger galardones en esta temporada de premios entre los que se encuentran varios Globos de Oro, Emmys y SAG. Quien avisa no es traidor así que digo ya que, si alguien no la ha visto, deje de leer este artículo y la vea porque aquí va a encontrar spoilers.

Es una serie que remueve las entrañas por su dureza, pero sobre todo por ser una distopía real, ¿o una realidad distópica? La ficción es inherente al concepto de distopía ya que significa una representación imaginaria de una sociedad futura con características negativas. La anti-utopía. Un mundo feliz de Huxley, 1984 de Orwell y quizá Fahrenheit 451 de Bradbury son las obras más conocidas del género distópico, al que habría que añadir la novela de 1985 de Margaret Atwood y en la que se basa la serie. En el momento de su publicación recibió críticas de todo tipo pero que ya resaltaban la incomodidad de su lectura, la polarización de los lectores entre los que la elevaban a la categoría de obra feminista y cautelar y los que la calificaban de insostenible, incluso en un mundo ficticio.

Autor: Skeeze. Pixabay. CC0

Algunos de los problemas que marcan la creación del Estado de Gilead en Estados Unidos son la contaminación, el aumento de la tasa de infertilidad en hombres y en mujeres, la escasez de alimentos, y una serie de tensiones sociales entre religiones y culturas que hacen que un movimiento puritano radical se haga con el poder para imponer (previa supresión del Congreso y de los tribunales, guerra civil y cierre de fronteras) su visión totalitaria. En este Estado repulsivo, las mujeres fértiles (que no han podido escapar y cruzar a Canadá, ¿nos suena?) son violadas para conseguir tener hijos de los líderes, las faltas se castigan con torturas físicas como arrancar los ojos, cortar las manos, ablaciones o la ejecución y existe también una red de espías que purga entre las clases más bajas y también entre los fundadores ya que la hipocresía está presente entre los valores que practican los líderes (hombres todos, por cierto). Todo esto mientras de cara al exterior se da una imagen de Estado funcional, comunitario y libre donde todos y todas (incluidas las Criadas) han elegido su papel para contribuir al bien mayor. Podría comentar muchísimos aspectos de esta serie, que vuelvo a recomendar encarecidamente, como el papel de la mujer (ya no sólo de las Criadas sino de las Esposas), la tranquilidad de una de las Criadas cuando en el capítulo 10 dice “Odio las lapidaciones”, como quien dice que odia el pescado, después de sucumbir a la dinámica del mundo que la rodea, ahora su mundo (¿o no?), por nombrar algunas.

Dentro de lo surreal de esta historia del siglo XXII podemos encontrar ciertas semejanzas con casos concretos de nuestro mundo. En este punto quiero señalar a Europa y a la crisis de refugiados. Una de nuestras protagonistas, Moira, consigue escapar y cruzar la frontera canadiense. Allí le otorgan el estatuto de refugiada y se produce la siguiente escena:

  • “Lo siento. Algunos días no te llega nadie y otro día de repente tienes a 15 personas. Ya tienes un café, ¡genial! ¿Te han dado algo de comer?
  • Si… Gracias
  • De nada. Has sido afortunada, has llegado en la noche de Mac and Cheese.”

Y esto es sólo el principio de la conversación. Un responsable de la acogida de primera instancia de refugiado, y digo cansado porque no para de suspirar, después de darle la bienvenida a Ontario le entrega móvil, dinero en efectivo, tarjeta de identidad, cartilla de la seguridad social y una bolsa con ropa, sólo para empezar. Mientras Moira mira desconcertada de un lado a otro. Voy a parar aquí. Esto no ocurre exactamente igual en las sociedades de tránsito o acogida, ni en los procedimientos de solicitud ni cuando se concede el estatuto de refugiado o de protección subsidiaria.

En España el sistema de acogida ofrece a los refugiados dieciocho meses de apoyo en tres fases de seis meses cada una: una de acogida temporal, otra de integración y otra de autonomía. Lo primero es presentar la solicitud de asilo y mientras ésta se resuelve (se supone que en un plazo máximo de 6 meses que España no está cumpliendo) se les aloja en un centro de acogida donde tienen los gastos cubiertos, y según la ley reciben ayuda jurídica, psicológica, sanitaria, ayuda para la escolarización de menores, clases intensivas de castellano y formación ocupacional. Después, en la fase de integración, también de seis meses, perciben ayudas mensuales para alquilar una vivienda y manutención, además de apoyo para la inserción laboral y mantienen algunos de los servicios del tiempo de primera acogida. En la tercera fase, la de autonomía que se prolonga otros seis meses, sólo reciben ayudas de carácter puntual. Esto es el caso de los refugiados, las personas que obtienen el estatuto de protección subsidiaria o que son solicitantes de la misma tienen menos derechos que las personas con estatuto de refugiado por ejemplo pueden optar a la nacionalidad al cabo de 10 años y no de 5.

¿Qué ocurre cuando en vez de no tener a nadie tienes a 15 personas? ¿Cuándo, como en Europa, se pasa de ser una región de emigrantes a una región de inmigrantes? El sistema se colapsa y hablamos de números. Más de 1.000 personas en las islas griegas esperando una solución al intenso frío mientras ACNUR alerta de síntomas de congelación; 2.688 personas que han llegado a España de las 17.400 establecidas en 2015 según las cuotas de aceptación de refugiados; devoluciones en caliente donde contra toda ley internacional y saltándose la Declaración de los Derechos Humanos y la Convención de 1951 no se pregunta a la persona que cruza la frontera por qué lo hace; pactos (dinero) con países como Libia para que cierren sus fronteras y Sudán para que usen sus milicias en detener las migraciones; políticas migratorias que se centran la seguridad escudándose en la guerra contra el terrorismo, y no en las personas que huyen de sus hogares para poner a salvo sus vidas, más de 65 millones de personas en 2016 según datos de ACNUR. Recolocación de los presupuestos (700 millones hasta 2018), plazas concedidas, aunque no todas las asignadas, procesos pendientes, calificativos en los medios como “crisis de refugiados”, “avalancha en las fronteras”, “colapso del sistema de Dublín” que invitan a meter la migración en el saco de la seguridad nacional como ya han hecho algunos países europeos, son algunos de los elementos que tapan la realidad que hay detrás: personas que luchan por sobrevivir.

La escena que da pie a este artículo representa una mecanización del proceso de concesión del estatuto de refugiado, algo que desgraciadamente no es una distopía sino una realidad. La deshumanización del refugiado es fruto de una mala distribución de medios, sí, pero también de la falta de la sensibilización de la sociedad. La solución tiene que pasar necesariamente por establecer vías legales y seguras para poder solicitar la protección internacional; por estudiar las solicitudes caso por caso; por el respeto de los Derechos Humanos y de la Convención sobre el Estatuto de Refugiados; por la formación cualificada y específica del personal del sistema de acogida; y por políticas públicas enfocadas en la integración así como una política exterior orientada a mejorar las condiciones de vida de los países de origen. Así, cuando una persona con temor fundado de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas huya de su país porque éste no puede protegerle o es el que le niega protección, o cuando una persona huya del conflicto y cruce una frontera no se encontrará con un proceso deficiente, mecanizado y sin medios sino con personas que le traten como lo que es: otra persona.

*Artículo redactado por Nuria Hernández

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