«Revisitando a PODEMOS: el movimiento en invierno» por Manuel Martínez Sospedra

Fuente: www.socialismo-o-barbarie.org

Como ya he tratado con anterioridad, el proyecto podemita original era un proyecto caracterizado primaria y principalmente por adoptar una estrategia populista que buscaba establecer como fractura principal estructurante de la vida política la oposición entre una minoría privilegiada servida por los políticos y  partidos tradicionales (los de arriba, los privilegiados, la casta) y el conjunto de la población unificada y devenida pueblo por merced de la intervención de un movimiento político popular que sigue disciplinadamente a un líder que es hegemónico en el seno de aquel. El movimiento se alimenta de la preexistencia de una triple crisis que le precede y de la que el propio movimiento trae causa y es síntoma:

  • a) Una crisis de representación. Causada por el predominio de un modelo de partido “de electores” progresivamente vaciado de contenido político diferencial y que viene a operar en cada caso con una mixtura entre una maquinaria electoral y un conjunto de redes clientelares dominados ambos por un reducido grupo de políticos profesionales reclutados por cooptación, y en los que la reducción progresiva de los “incentivos de identidad” amplia el espacio al rol de los “incentivos selectivos”, y, como consecuencia, la reducción progresiva de los “creyentes” en beneficio de los “oportunistas”.
  • b) Una crisis económica de singular profundidad y duración a la que se hace frente con una estrategia económica de restricción del gasto público y devaluación interna que ocasiona un fuerte deterioro de las condiciones  y nivel de vida de la mayoría de la población y un muy fuerte crecimiento de la desigualdad. Estrategia que ocasiona un intenso sufrimiento social y, además, no tiene éxito. Cuando la recuperación comienza a llegar lo hace esencialmente por la vía de la recuperación de la demanda interna.
  • c) Una crisis de estado motivada, de un lado, por el hecho de que el estado nacional ha dejado de ser un marco político eficiente en una economía globalizada, y del otro por la emergencia de un secesionismo nacionalista que trae causa de las insuficiencias de la construcción nacional.

Las tres crisis interactúan y se refuerzan entre sí. Los partidos alternantes no han sido capaces de hacer frente a la crisis de representación (que aun hoy siguen ignorando, cuanto menos en parte) ni por vía de su propia auto-reforma, ni por la vía de la reforma institucional. Carentes de una visión clara del orden social deseable y de las políticas que a su realización pueden contribuir, han quedado indefensos ante una estrategia económica errónea impuesta por una UE mayoritariamente neoliberal, que se han visto obligados a instrumentar aun en contra no sólo de los intereses de la mayoría de sus apoyos sociales, sino de los propios de ambas organizaciones. No debe extrañar que el agregado de los partidos del turno haya pasado en siete años del 83,81 VVE al 50,73 VVE. A ello hay que agregar que no han sabido, o querido, hacer frente a una molesta realidad: la debilidad del Estado, de un Estado que cumple deficientemente sus misiones esenciales (justicia, defensa, relaciones exteriores), de las que solo se salva la seguridad, y que cuenta con un sistema de protección social por debajo de la media europea. Sistema que se ha debilitado aún más por el impacto de la política económica, detrás del cual se halla un problema crónico de insuficiencia fiscal , de la que nadie quiere hablar, y que se halla en la base del doble problema del déficit público y del crecimiento explosivo de la deuda pública.

El resultado de la combinación entre crisis de estado, de representación y económica, y, en consecuencia, del pobre rendimiento del sistema político ha sido, de un lado, el fracaso  y debilidad crecientes del Estado, y del otro la creación de un amplio espacio social entregado a las conductas y votos de protesta. El auge del populismo y del nacionalismo secesionista en el caso de Cataluña son los síntomas de esa crisis.

El proyecto podemita se inserta en ese contexto. Como es propio de la estrategia populista lo esencial, a la hora de la praxis, no son tanto los contenidos programáticos, cuanto la capacidad de movilización y dirección que el movimiento y su dirección puedan obtener. Por ello no debe extrañar que los contenidos programáticos cambien, a veces con extremada rapidez, tanto en su contenido como en su posición en el orden de prioridades. En la estrategia populista los contenidos políticos concretos son instrumentales y su importancia no radica tanto en la determinación de una oferta de políticas públicas, cuanto en su capacidad para fijar en un momento dado la divisoria entre “los de arriba” y  “el pueblo” o “la gente”, cuya determinación, por supuesto, opera la dirigencia “popular”. No en vano el padre de la teoría habla al respecto de los “significantes flotantes”.  Por eso el referéndum autodeterminista puede ser hoy un  punto secundario en la agenda, mañana una línea roja innegociable y pasado mañana si se tercia una herramienta al efecto de obtener contrapartidas por dejarlo en el cajón.

Lo dicho no implica que el movimiento populista sea programáticamente vacío, no lo es, ni lo puede ser so pena de inviabilidad, lo que sí significa es que la estrategia populista no exige per se un proyecto político determinado y, por eso, la populista no es una “estrategia socialista” de ninguna clase.  No es de programas y de modelos del orden social deseable de lo que se habla. De lo que se trata es algo distinto y bastante más simple, de lo que se trata es del conflicto y del poder. El discurso populista en su variante podemita es profundamente schmittiano.

Del jurista conservador alemán, de tan marcada influencia en España, el discurso podemita toma dos cosas: de un lado el entendimiento de la política como conflicto, del otro el decisionismo. Por lo que toca al primer punto el discurso podemita asume expresamente la concepción conflictual de la política. Obsérvese que ese discurso no sostiene que la política comporta conflicto, cosa por demás evidente, aquí no se trata de sostener que en un mundo de recursos escasos el gobernante está obligado a priorizar, que ello supone dar preferencia a unos intereses sociales sobre otros, y que esa necesidad desencadenará la reacción contraria de los preteridos. Aquí de lo que se trata es de sostener que la política es conflicto y que, por ello, el enfrentamiento no sólo es constitutivo de aquella, es que es su núcleo esencial.

Obsérvese que una concepción de ese tipo excluye por definición que pueda llegarse a alguna clase de solución armónica que haga posible la conciliación, aun provisoria, de los intereses en presencia. Por ello está condenada a no contar ni con un modelo del orden social deseable, ni con un horizonte utópico definido.
Aquí no puede haber, y por eso no hay, “amaneceres que cantan”. En lo que a esta
cuestión afecta la distancia entre la izquierda de tradición marxiana, socialdemócrata o libertaria y el proyecto podemita es sideral.

Si asumimos que la política es conflicto y que no hay, ni puede haber, horizonte utópico alguno que vaya más allá de la retórica, se debe admitir que el objeto de la discrepancia política que desencadena el conflicto no es otro que el poder. En el discurso subyacente al proyecto podemita la política es lucha cuyo objeto es exclusivamente el poder. No pertenece al reino de la casualidad la predilección paulista por “Juego de Tronos”. Es de la lucha por el poder y la conquista del mismo de lo que se trata, y en ese escenario las propuestas políticas concretas no son otra cosa que herramientas a usar en esa lucha, armas para la conquista del poder. De ahí la apariencia azogada de los posicionamientos sucesivos del partido morado, y, como consecuencia, del éxito de la imputación marxista:

“Estos son mis principios, si no le gustan tengo otros”. En materia de programas el movimiento está inclinado a la variedad y la contradicción, sus propuestas, como el amor que canta el poeta, “son eternas mientras duran”.

El sentido de las propuestas programáticas de que el movimiento hace gala no se halla en sí mismas, se halla en su utilidad. Como la obtención del poder exige la derrota y/o supresión de los competidores y esta, a su vez, depende de la capacidad del movimiento por conquistar la hegemonía ideológica y controlar u dirigir una intensa movilización social, es de esperar que las propuestas que hace aquel sean congruentes con tales objetivos. Obsérvese que en este punto el movimiento es prisionero de sí mismo: si desea el éxito – y este es su razón de ser– está obligado a agrupar las demandas sociales más extendidas con independencia de cuál sea su coherencia y compatibilidad. El movimiento se presenta como adalid del cambio porque las demandas de cambio tienen un respaldo masivo en nuestra sociedad y la parálisis reformadora de los dos partidos turnantes hace poco probable, y aún menos creíble, que cualquiera de ellos pueda abanderar el cambio. En nuestro contexto PODEMOS está obligado a ser un partido “del movimiento” y no de la conservación. ¿De qué movimiento? De todos. Vamos, que PODEMOS puede ser al mismo tiempo animalista y taurino, por ahora sin coste electoral.

Si lo dicho se tiene en cuenta se entiende sin dificultad que el discurso podemita insista una y otra vez en el discurso democrático-radical de la recuperación de la soberanía para el pueblo, y que invoque cada dos por tres la soberanía popular –lo que le otorga un marchamo de partido del estado nacional y, en este sentido, nacionalista – y, al mismo tiempo asuma las reivindicaciones étnico-nacionalistas del “derecho a decidir” de las “nacionalidades del Estado” , y sostenga la naturaleza “plurinacional” de éste, sin que nadie parezca percibir que la afirmación “plurinacional” supone que no existe el “pueblo del Estado”, sino que en este hay una pluralidad de pueblos en asociación voluntaria –y por ello revisable- con lo que se priva de base al discurso de la recuperación de la soberanía nacionalpopular porque se niega su presupuesto: la existencia del pueblo sujeto titular de
aquella. Hecho lo cual se afirma que el movimiento quiere el ejercicio de la autodeterminación, pero en la correspondiente consulta pedirá el voto en contra de esa autodeterminación.

Ahora bien, PODEMOS no ha nacido de la nada ni sus promotores y dirigentes carecen de historia. Y eso condiciona y marca, quieran ellos o no. El núcleo fundador y dirigente del movimiento proviene del mundillo de la izquierda radical, y su cultura política permanece marcada por ese origen. Los autores de referencia son casi siempre integrantes de esa cultura, y su modus operandi, y a veces hasta sus tics, tienen esa imagen de marca. Ahora bien el proyecto populista exige por su propia naturaleza de una fuerte transversalidad.

La propuesta de creación del “pueblo” frente al establecimiento exige la agrupación de una parte muy amplia, supermayoritaria, de la población. De hecho la posibilidad misma de la
compatibilidad problemática entre estado constitucional y populismo pasa por un dato fundamental: que el movimiento pueda ser supermayoritario socialmente y, por ello, vencedor sistemático en toda contienda electoral. Véanse el chavismo, o mejor aún, el experimento boliviano (cuya gestión económica es razonable).

Mientras PODEMOS pudo presentarse como monopolista de las demandas de cambio ese era un horizonte plausible, y por ello es fácil de explicar por qué el movimiento subió en flecha tras las europeas y por qué a comienzos del pasado año llegó a situarse en los sondeos como una fuerza emergente de vocación mayoritaria e, incluso, como la de mayor apoyo. Desde comienzos de 2015 se registra algo que se halla entre el retroceso y el estancamiento. Así la idea de desplazar como partido mayoritario al PSOE (único partido turnante que conserva alguna credibilidad como formación reformadora) en las legislativas se ha saldado con un fracaso: El PSOE ha asumido, siquiera parcialmente, una agenda de cambio y ha conseguido conservar la segunda plaza y evitar el “sorpasso”, aunque por lo
muy escaso margen. La previsión paulista según la cual el partido socialdemócrata era el enemigo a batir porque es el obstáculo fundamental para el éxito “popular” era correcta, pero si el mismo análisis tenía razón cuando señalaba que las legislativas de 2015 eran un ocasión única en la que el movimiento se jugaba el éxito o el fracaso, el diagnóstico post-electoral es claro: el proyecto populista, en cuanto exige la primacía podemita en el bando del cambio, está en vías de fracaso.

Una mirada a los sondeos contiene cuanto menos una parte de la explicación: a lo largo de 2015 PODEMOS ha perdido el monopolio del cambio, antes bien, le ha salido un competidor nada desdeñable: Ciudadanos. La subida en flecha de la formación liberal no se entiende en términos de apoyo “del Ibex 35”, ni del deseo de una parte de las élites económicas de contar con un “PODEMOS de derechas”, porque esos apoyos, caso de existir, de bien poco servirían si la formación de raíz catalana no respondiera a las demandas de una parte sustancial de la sociedad.

Si no me equivoco la diferencia entre este proyecto liberal y el anterior (la operación reformista de 1986) es que el actual ha obtenido la recepción que el anterior no tuvo.

Si no me equivoco el éxito de C,s se debe a tres factores: en primer lugar ser un partido nuevo con credibilidad para abanderar el cambio y sustentar buena parte de las demandas de reforma –en especial de las políticas- que la sociedad demanda; en segundo lugar ofrecer un cambio acordado, con explicita y constante invocación a los acuerdos transversales que se hallan en la fundación del presente régimen democrático, lo que conecta con una sociedad en la que es muy alta la valoración positiva de la transición precisamente porque fue pacífica y efectuada mediante el acuerdo, lo que enlaza, además, muy bien con los segmentos centrales del electorado; finalmente traer causa de una formación creada para enfrentar la hegemonía étnico-nacionalista en Cataluña y tener un planeamiento coherente del hecho nacional. El símbolo del corazón tripartito con la senyera, la bicolor y la europea no puede ser más gráfico. Y más útil en un país en el que sistemáticamente la identidad nacional compartida (española/ regional) es la más frecuentada en el territorio. En el sondeo preelectoral del CIS, la pregunta sobre identidad nacional subjetiva muestra con meridiana claridad la naturaleza mestiza de la mayoría
aplastante de la población, cosa por demás, que registra pocos cambios en el tiempo:

Y si nos vamos a la preelectoral correspondiente a las elecciones al actual
Parlament de Catalunya, las cosas se ven así:

Como se ve en ambos casos la identidad compartida forma el núcleo central, superando en ambos casos el 70%, bien que con distribución interna distinta. Si eso se tiene en cuenta no resulta difícil de entender que “el procés” haya dividido tan profundamente la sociedad catalana. Y hasta que punta la hegemonía cultural del discurso nacionalista en Cataluña tiene los pies de barro.

La irrupción de C,s tiene unos efectos directos: de un lado absorbe el voto de protesta del electorado moderado en general, y del de centro-derecha en particular; del otro cierra el camino a PODEMOS en esa zona del espectro, lo que priva al movimiento de transversalidad y le acantona en la zona izquierda de aquel. Al efecto los datos demoscópicos son claros:

datos demoscópicos
Cis. Preelectoral legislativas

Como puede verse Ciudadanos está sobre-implantado tanto entre los electores de centro y centro-derecha, en tanto que PODEMOS lo está entre electorado de izquierda. Ambos están por debajo de la media entre el electorado de izquierda moderada, porque ese es el segmento en el que mejor resiste el PSOE.

Ahora bien, debe observarse que mientras el voto directo del movimiento es bajísimo en el centro y a la derecha del centro, donde se halla el grueso del electorado del partido liberal, este tiene una implantación apreciable en el segmento de la izquierda: la diferencia del 3,8 podemita al 21,0 de C,s es clara y contundente: aquí C,s obtura el crecimiento del movimiento y, en consecuencia, inclina a éste hacia la izquierda, en la que, en lógica consecuencia, son las posiciones más radicales la más frecuentadas (los dos casos en que PODEMOS supera el 20% se hallan en el extremo izquierdo)

Si del voto directo pasamos al voto más simpatía las cosas se ven así:

Voto más simpatía

Vistas así las cosas lo anterior se corrobora, siendo de señalar que mientras la penetración del movimiento a la derecha del centro es muy baja (no llega a la vigésima parte) la penetración de C,s en el espacio de la izquierda es sustancialmente mayor, puesto que llega a casi un cuarto de las preferencias, y bate claramente al movimiento tanto en el espacio de centro estricto (más de cinco veces la tasa del movimiento) como en el de centro izquierda (casi un cuarto de ventaja). Claramente C,s es mucho más transversal que el movimiento.

Si tenemos en cuenta lo dicho no debe extrañar que la ubicación espacial que los encuestados dan a ambas fuerzas políticas sea muy diferente: mientras que Ciudadanos se ubica de media en el centro-derecha (puntúa 6,37 sobre diez) PODEMOS se sitúa en la parte extrema del espectro, puntuando 2,30. Es más en el área más frecuentada (la de centro) PODEMOS solo obtiene un 4,3 por ciento de su total en tanto que el partido de fundación catalana obtiene nada menos que el 16,8. No es que el movimiento tenga la imagen de un partido de izquierda, es que tiene la propia de una formación de izquierda radical. Eso significa que el grueso del electorado podemita, correspondiente a las áreas donde está más fuertemente implantado, cubre escasamente un cuarto de los electores (el 23,4 % si mis cálculos son correctos) y su implantación es escasa o muy tenue en los tres grupos centrales que suponen más de la mitad del electorado (51,17% del mismo, si no yerro). La conclusión cae por sí sola: un movimiento así puede constituir una muy potente fuerza de izquierda radical, pero carece de capacidad para alcanzar el tamaño propio de un partido de vocación mayoritaria. Como el logro de esa posición es esencial para el éxito del proyecto populista parece que podemos asegurar que, a la fecha, el proyecto populista, como tal, es un proyecto frustrado. La incapacidad de lograr la minorización del PSOE, pese a la colaboración recibida de una socialdemocracia desnortada, no es sino un síntoma de ese hecho crucial. Tal vez no esté de más recordar que el propio Laclau escribió que el proyecto populista no es viable allí donde hay previamente un “Estado benefactor”.

Como señalé en su día, el documento fundacional de “principios políticos”, que lo era en realidad de estrategia, señalaba que las elecciones de 2015 constituían una ventana de oportunidad única para desplazar a la socialdemocracia, constituirse en partido de vocación mayoritaria y alcanzar el poder, bien fuere solos o con la colaboración de aliados/subordinados. Y eso es lo que no han producido los electores el pasado 20 de diciembre. En un escenario así la dirección podemita tiene abiertos dos cursos de acción: en primer lugar el de la adaptación, asumir la condición de un partido de izquierda más o menos tradicional, contribuir a la gobernación del país formando si posible fuere una mayoría parlamentaria de izquierda, a la espera de que las contradicciones internas del PSOE le abran la puerta a la primacía en la izquierda; en segundo lugar la de la ruptura institucional, que exige erosionar al PSOE agudizando sus contradicciones internas e impedir la configuración de una mayoría de izquierda , de cuyo fracaso se culpabiliza al PSOE, al efecto de provocar elecciones anticipadas este mismo año y ver si la segunda vuelta les da lo que no les ha dado la primera. Como la primera estará disponible para el caso de que fracase la segunda, y esta admite la expectativa del éxito, no parece aventurado sostener que esa va a ser la línea de acción que el movimiento va a seguir. Cosa que los acontecimientos del día 22 de enero parecen confirmar.

Curiosamente la táctica escogida por el partido conservador, al renunciar a postularse para la presidencia en primera vuelta y apostar implícitamente por la repetición de las elecciones, cuanto menos como posibilidad, resulta convergente con los intereses del movimiento populista. Si es que en tal caso los electores variaran sus apuestas en el sentido que tanto unos como otros esperan. Cosa no evidente por lo demás.

El fracaso relativo del movimiento en las pasadas elecciones ha venido a producir un escenario muy complicado en el que el movimiento parece ocupar una posición de pierde-gana. Pierde porque no ha conseguido la condición de partido de vocación mayoritaria que buscaba ni tampoco ha logrado superar a la pata socialista del turno; pero gana porque está en condiciones de condicionar muy estrechamente la actuación del PSOE, porque puede forzarle a una coalición muy mal vista por buena parte de los cuadros socialistas, que temen el sorpasso con razón, y porque cuenta con amplias posibilidades de bloquear cualquier alternativa que no sea una supermayoritaria y obtener la segunda oportunidad de
unas elecciones anticipadas.

PODEMOS no obstante no cuenta con el poder de determinar la salida del atolladero en que se encuentra el sistema institucional porque el escenario permite cuanto menos dos posibilidades de salida que no pasan ni por la participación ni por el asentimiento del movimiento: de un lado un gobierno de coalición entre liberales y socialdemócratas con apoyo puntual conservador: los 130 votos de los coaligados unidos a la abstención conservadora permiten un gobierno en minoría con capacidad de acción limitada pero cierta; del otro un gobierno supermayoritario conservador/liberal/socialista a los solos efectos de la reforma constitucional y de la ley electoral y de una eventual renegociación con los socios de la UE de los objetivos de déficit. Tanto en un caso como en el otro nos
hallaríamos ante una legislatura corta, con elecciones para 2017 con una ley electoral de nuevo cuño. El problema de la segunda opción es la presidencia: los conservadores no pueden investir a un presidente socialista, ni estos a uno conservador, ni unos ni otros puede asumir el riesgo de Rivera presidente, la condición de posibilidad de un gobierno así es un presidente neutral, de preferencia no parlamentario. En suma un caballero blanco.

En todo caso en la trastienda hay un condicionante que nadie puede obviar, aunque socialistas y podemitas parecen desconocer. En la medida en que la reforma del Estado exige reforma constitucional, aun ordinaria, el apoyo activo del Partido Popular es indispensable. No sólo porque no es nada recomendable una reforma constitucional sin los conservadores, mayor partido del país todavía hoy, es que el asentimiento de la primera minoría electoral y parlamentaria es indispensable por una sencilla razón: sin sus votos ninguna reforma constitucional es posible porque el PP cuenta con la mayoría absoluta en el Senado. Así que si el movimiento quiere blindar los derechos sociales y reconocer constitucionalmente la diversidad nacional de España necesita los votos del Partido Popular.

Lo mismo le pasa al PSOE con su reforma federal y a Ciudadanos con su despolitización de la justicia, o su demanda de voto igual.

Más claro: cuando PODEMOS y el PSOE hablan de reforma constitucional sin contar con el apoyo activo del Partido Popular venden humo. Demagogia que le llamaría el clásico.

De lo dicho se sigue que sólo con notable impropiedad cabe calificar al PODEMOS como un partido de izquierda, sencillamente porque su aspiración original era no serlo, y si acaba por serlo se deberá al fracaso del proyecto originario. De hecho la última ratio de esa afirmación se halla, como siempre, en una cuestión de organización. Mientras que tanto el PSOE como IU se ha dotado de un modelo organizativo que, siquiera sea en lo formal, es acorde con los principios de igualdad política, pluralismo interno y libre formación de mayorías, y que, aun con sus deficiencias (ciertamente no escasas, ni poco importantes) funcionan así.

PODEMOS se ha dotado de un modelo organizativo rigurosamente vertical, refractario a la manifestación legítima del pluralismo interno y al principio mismo de igualdad política al estar diseñado para producir la concentración del poder en la cúpula y su líder. Por ende su praxis ha venido a acentuar la naturaleza caudillal del modelo mismo. Si para muestra basta un botón: el sr. Errejón ha confesado en la TV que la propuesta de coalición y de reparto de carteras efectuado por el sr. Iglesias el día 22 de enero era desconocido por la dirección nacional del partido de la que el citado forma principalísima parte.

En otras palabras: existe una contradicción estructural latente en el seno del movimiento entre una estructura autoritaria y una retórica igualitaria y participativa. Como la hay en la nula autonomía que se otorga las organizaciones regionales del partido y la plurinacionalidad del estado que se invoca. Ya lo decía el padre de los pueblos: una cultura de forma nacional y contenido socialista: en Barcelona las “orientaciones” del líder se formulan en catalán.

*Este artículo ha sido elaborado por Manuel Martínez Sospedra, Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad CEU Cardenal Herrera.
*Fuente de la imagen: www.socialismo-o-barbarie.org

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