«¿Qué es ser progresista?» por Remigio Beneyto

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Estoy en un sin vivir, porque no sé qué significa «ser progresista».

Repetiré lo que dicen todos, refiriéndose al Diccionario de la Real Academia de la Lengua, que «progresista» significa «de ideas y actitudes avanzadas», y «progreso» significa «acción de ir hacia adelante», y también «avance, adelanto, perfeccionamiento».

Cualquiera que se precie ha de ser progresista, ha de ir hacia adelante. El problema es hacia adelante, pero ¿hacia dónde? Esta es la cuestión: cuál es la meta hacia la que se ha de ir avanzando, porque si uno avanza hacia el precipicio, la cosa acaba mal.

Para progresar, para avanzar ha de tenerse claro dónde se quiere ir, qué metas se quieren conseguir, alcanzar. Y lo que son progresistas son las metas que se quiere alcanzar. Porque avanzar, ir hacia adelante, puede ser acertado o no, dependiendo de la dirección que se haya tomado o incluso del sentido de la dirección. Uno desde Valencia quiere ir a Barcelona, y va en esa dirección y en el sentido de Valencia a Barcelona, entonces está progresando, está avanzando porque sabe dónde quiere llegar y progresa. Pero si está yendo en el sentido contrario o en otra dirección, aunque progrese, aunque avance, no llegará a la meta deseada, que es Barcelona, sino que aparecerá en Bilbao, Zaragoza o Murcia.

Me atrevo a decir que ser progresista es mirar el bien común, el servicio a la personas, mirar a todos los que sufren, estar atento a los problemas reales de los españoles según el CIS en enero de 2016 (el paro, los problemas de índole económica, la corrupción y el fraude…).

Siguiendo a San Juan Pablo II, en el Mensaje al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, el 10 de enero de 2005, ser progresista es introducir los cuatro grandes desafíos del hombre actual:

Primer desafío: El de la familia y la vida.

Nadie estará en contra de que lo más progresista es defender la vida, porque es la primera riqueza de la que puede gozar el hombre. Lo más progresista es defender este don, y ello hasta para los más débiles e inocentes. La Iglesia anuncia el Evangelio de la vida.

La familia, además de ser la fuente fecunda de la vida, el presupuesto de la felicidad individual de los esposos, de la formación de los hijos y de la prosperidad de la nación, es junto con la amistad y la honestidad lo más valorado por los españoles. En cambio, según el V Barómetro de la Familia, realizado por The Family Watch, el 70’2 % de los españoles piensa que las familias siguen siendo las grandes olvidadas de las instituciones y poderes públicos, y que este porcentaje se ha disparado porque en el 2015 pensaban así el 39’4%.

Luego ser progresista es defender la familia y la vida. Tampoco hay ninguna sorpresa porque ya el artículo 39.1 de nuestra Constitución establece que los poderes públicos aseguran la protección social, económica y jurídica de la familia. Hay poca discusión.

Segundo desafío: el del pan.

Todos somos conscientes de que centenares de millones de personas sufren gravemente desnutrición y de que cada año mueren millones de niños de hambre; pero también todos somos conscientes de que cientos de miles de personas en España son pobres. Ser progresista es tener un compromiso radical para la justicia y un esfuerzo de solidaridad atento y determinado, pero sin olvidar los grandes principios de la subsidiariedad y de la iniciativa social y económica. Me atrevo a decir que el desafío del pan implica compartir, partir nuestro pan con el hermano que sufre.

Tercer desafío: el de la paz.

Es un bien supremo que condiciona la consecución de otros muchos bienes esenciales. La paz es el sueño de todo hombre de buena voluntad. Los hombres hemos de ser artesanos de la paz. Siguiendo la oración de San Francisco de Asís, hemos de poner amor donde hay odio, perdón donde hay ofensa, unión donde hay discordia, verdad donde hay error, fe donde hay duda, esperanza donde hay desesperación, luz donde hay tinieblas, y alegría donde hay tristeza

Ser artesano de la paz precisa de hombres y mujeres con una gran vida interior. La paz viene del interior del hombre. Los pensamientos de venganza, de orgullo, de vanidad, de prepotencia, de resentimiento, de incoherencia endurecen el corazón y hacen que la persona sea incapaz de ser instrumento de la paz.

La paz implica acercarse al otro, descubrir en el otro lo positivo, estar abierto a sorprenderse de sus cualidades. Cuando uno va al otro, con prejuicios, con posturas intransigentes, con condicionamientos es difícil la paz, al menos una paz que sea verdadera y duradera y que no retroceda ante la primera dificultad.

Ser progresista es ser instrumento de la paz.

Cuarto desafío: el de la libertad.

Ser progresista es defender los derechos fundamentales y libertades públicas. No puede hablarse de progreso cuando se transgreden derechos y libertades. No puede alguien ser progresista y atropellar derechos fundamentales. Los derechos fundamentales son inviolables, son irrenunciables, son inherentes a la dignidad de la persona. Ningún Estado, ni partido político, ni líder político, ni ciudadano puede apropiarse el calificativo de «progresista» si no respeta los derechos fundamentales. En España no puede serlo si no respeta el derecho a la vida, el derecho de libertad ideológica, religiosa y de culto, del derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen, la libertad de expresión, el derecho de reunión, el derecho de asociación, el derecho a participar en los asuntos públicos, el derecho a la tutela judicial efectiva, el derecho a la educación, la libertad de enseñanza, el derecho a la libre sindicación, el derecho de petición, etc.

La libertad permite al hombre elegir responsablemente sus propias metas y la vía para alcanzarla. La libertad es lo que faculta a decidir si quiero ir a Barcelona, a Zaragoza o a Murcia, sin que por eso sea más o menos progresista, porque si estoy comprometido con la vida, con la familia, con el pan, con la paz y, en definitiva, con el bien común, seré un hombre progresista, porque avanzaré en el camino, porque sé dónde voy.

*Artículo de Remigio Beneyto Berenguer, Catedrático de Derecho Eclesiástico del Estado en la CEU-UCH y Académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, publicado en el Diario Las Provincias el sábado 19 de marzo de 2016.

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