Jonathan Swift decía que, cuando un verdadero genio aparece en el mundo, todos los necios comienzan a conjurar contra él. Con esta cita nos presentaban a Santiago de Molina en su última visita a nuestra universidad, listo para compartir con nosotros reflexiones y tips sobre el papel de la arquitectura en un tema tan aparentemente poco genial como es el día a día.
Colaborador de grandes nombres de la arquitectura nacional como Francisco Javier Sáenz de Oiza o el Pritzker Rafael Moneo, Santiago de Molina combina desde hace años la labor docente con su propio estudio de arquitectura. Y también con la investigación, con estudios que buscan de manera constante hacer la arquitectura y la cultura más accesibles, lo que le ha llevado a publicar libros como «Hambre de Arquitectura» o «Collage y Arquitectura«.
Que sea un genio o no, no somos quién para juzgarlo. Pero que Santiago de Molina escribe como uno, no nos cabe la menor duda. Valga como ejemplo su blog Múltiples Estrategias de Arquitectura, que desde aquí os invitamos a tomar como referencia. Por inspiración y por generosidad. Y por pura genialidad.
Viajar por el arte y la arquitectura: una invitación de Santiago de Molina
De Molina nos invita a embarcarnos en un viaje visual a través de la arquitectura con el gran Mies Van Der Rohe como puerto de salida. Este arquitecto, epítome de la modernidad más distinguida y contundente, también ejemplifica a la perfección el contraste entre la marca de la arquitectura y la vida que la invade. Y es que, en algunas de las fotografías más relajadas del arquitecto, éste proyecta una imagen totalmente opuesta a la que siempre quiso transmitir de sí mismo: impecable, con la pose perfecta y preparado en todo momento para la batalla de la modernidad.
Sin embargo, aquí Van Der Rohe se nos muestra en la intimidad, de forma totalmente relajada y discordante con su habitual rectitud. Y es este contraste el que nos debe invitar a reflexionar: ¿los grandes maestros son también domésticos? ¿Está la modernidad irremediablemente reñida con la cotidianidad? O, planteándolo desde una óptica más amplia: ¿en qué momento rompió la arquitectura moderna su relación con la cotidianidad?
Parece que la rutina del día a día nunca ha tenido la misma dignidad que otros grandes temas, más aparentes y de mucha mayor grandilocuencia. Sin embargo, ya en la historia del arte encontramos numerosos ejemplos de obras y artistas que han sabido dignificar esos aspectos más puros o banales de la vida. Por ejemplo, en la pintura holandesa y sus naturalezas muertas: pinturas donde los protagonistas son objetos que, temática y objetivamente, no dejan de ser insignificantes. O en los retratos, muchos de ellos dedicados a cuestiones menores, con mujeres que aparecen sin joyas, enfrascadas en su día a día; o soldados en insustancial actitud de descanso, disfrutando de momentos de ocio.
Y de la representación de esos momentos, de la temporalidad de la vida, no olvidemos que maestros como Johannes Vermeer alimentaron su leyenda. Maestros de lo íntimo, de lo usual: no en vano, del hábito se forman los habitantes.
«definiría la arquitectura como la ponderadora creación de espacios.» – louis I. kahn
Y, sin embargo, un día todo cambió. Ya no se trataba de reflejar la realidad, sino la aparente realidad. Con la modernidad, la fotografía relegó a la pintura como arte mayor y la desplazó para convertirse en el auténtico arte del momento. El mismo Le Corbusier explotó la nueva técnica y la utilizó en su obra. En las fotografías de sus proyectos incluyó objetos del día a día, dejados caer de forma más o menos casual: utensilios de cocina, elementos decorativos, algún útil cotidiano apoyado sobre una pared…
Pero, ¿con qué intención hacía esto? ¿Fue un precursor de la fotografía de producto, quería hacer ver que sus casas estaban habitadas, o simplemente quería transmitir una emoción? Con esos objetos, cuidadosamente dejados caer, Le Corbusier quería simplemente alimentar la idea de confort.
En los años 50, de alguna manera la arquitectura quiso renovar su interés por el día a día y volvió a conectarse con la cotidianidad de una forma totalmente nueva. El arquitecto, desde esos años, ha buscado interpretar el lenguaje cotidiano de la vida para, a partir de él, dar forma a su obra. Como arquitectos debemos aceptar la cotidianidad y lo que ocurre en ella como base para nuestro trabajo. Aunque, en la mayoría de las ocasiones, no le prestemos la debida atención.
Una arquitectura para la reconciliación
¿Qué ocurre ahora, en la época de la arquitectura postmoderna? El uso de la tecnología en el hogar, con dispositivos inteligentes como Alexa o Roomba, y las nuevas tendencias en diseño de espacios determinan nuestros comportamientos. La cocina ya no es el lugar en el que se cocina, ni tan siquiera es un lugar de reunión familiar: es un sitio de paso, en el que es necesario optimizar los recorridos y los tiempos, tanto de cocina como de reunión.
La tecnología nos inunda con electrodomésticos inteligentes y autónomos que recogen datos para determinar cuáles son nuestros hábitos de comportamiento y su repetición. Creemos que nos ayudan a gestionar mejor nuestro día a día, cuando en realidad están alimentando una nube con millones de datos de nuestra vida más inmediata. Incluso hemos vendido nuestra intimidad al turista, convirtiendo nuestra casa en hotel sin estrellas.
Ante esta situación, ¿qué debe hacer la arquitectura? Debe ayudar a reconciliar el hogar con el día a día y, según Santiago de Molina, así es como debe hacerlo:
Repensar la habitación
Tradicionalmente, las habitaciones no son espacios que se hayan cuidado demasiado, cuando son la base de nuestra vida y de nuestra intimidad. Louis I. Khan ya decía que la arquitectura surge a partir de la creación de espacios. Y es que, el centro de la intimidad o de la habitación, son sus habitantes. La idea de intimidad, por lo tanto, poco tiene que ver con un espacio delimitado por paredes: ¿existe un espacio más íntimo que el que Millet nos muestra en su obra «El Ángelus»?
La habitación se concibe como el auténtico centro de la personalidad y de la intimidad personal y colectiva de sus habitantes. Porque la intimidad nace de la relación íntima entre habitante y espacio.
Van Gogh ya decía en una carta a Émile Bernard que la vida, posiblemente, no fuese plana sino redonda. Y que una habitación necesita un centro. Esto es, un centro psicológico.
Reconstruir la pared
La tendencia actual parece indicar que las paredes están desapareciendo pero, ¿podemos permitírnoslo? Las paredes son la realidad más básica que nos protege y nos da cobijo, además de ser soporte para la vida que alberga el interior. Una separación física del exterior, pero con una física variable: ¿podemos considerar las paredes de tejido como verdaderas paredes? ¿No son las cortinas también paredes que nos permiten igualmente marcar estancias, protegernos e incluso ver… y no ser vistos?
Reocupar los rincones
Posiblemente debamos a la multinacional sueca IKEA la recuperación de los rincones. Para Santiago de Molina, el gigante de la decoración low cost ha sabido explotar y reinventar los rincones con la imposible planificación laberíntica de sus tiendas. Cientos de metros absurdos pensados para confundir al cliente y construir recovecos en los que generar experiencias de vida. En los rincones nos sentimos protegidos. En los rincones vivimos. ¿Y si entendiésemos que la habitación está formada por rincones, y no tanto por paredes?
Reubicar las puertas
En el siglo XVI las habitaciones debían tener muchas puertas, mientras que en la actualidad la tendencia es la opuesta: espacios abiertos, diáfanos, luminosos, vacíos. La puerta, sin embargo, es la que determina la posición de los rincones en una habitación y los prioriza.
Cada puerta merece ser pensada e inventada porque representa una oportunidad: para abrir o para cerrar. Son el lugar físico donde se producen los intercambios y la oportunidad de decidir: o pasar, o quedarse.
Reconsiderar el ornamento
Para Santiago de Molina, en la actualidad el ornamento del hogar está formado exclusivamente por objetos que se limitan a llenar los espacios. Objetos que permiten alterar esos mismos espacios y también el tiempo de nuestro hogar, pero cuyo orden entra en conflicto con la cotidianidad. Y es que, la investigación ha demostrado que el desorden fomenta la creatividad y la resolución de problemas. Por eso, es importante conocer la relación existente entre el diseño, la construcción y el uso de los objetos. Aun a riesgo de que acabemos demostrando lo poco que sabemos al respecto.
De Molina defiende un ejercicio responsable de la profesión de arquitecto. De nuestro papel como transformadores de lo abstracto en tangible, en sentido inverso al papel de los pintores a los que tanto admira y cita en su blog.
«Los arquitectos no pueden forzar a las personas a hacer lo que nosotros queremos, no podemos imponerles una determinada forma de vida con nuestros diseños», defiende el también arquitecto Alfonso Díaz, profesor de la ESET. «Los arquitectos debemos ayudar a la gente, sugiriendo pero nunca imponiendo». Y, desde luego, Santiago de Molina será siempre uno de nuestros puntos de referencia para ello.