La alimentación sostenible, una opción muy saludable

Que somos lo que comemos es, además de una frase muy socorrida en cualquier conversación, algo totalmente cierto. Seguir una alimentación saludable no es demasiado complejo si atendemos a las pautas básicas que los expertos en nutrición y salud nos recomiendan: consumir más legumbres, más verduras, menos procesados, menos sal, etc. Añadamos a la ecuación algo de ejercicio físico y una buena higiene del sueño, y parece que tengamos la fórmula para una vida perfectamente sana y saludable.

Sin embargo, la alimentación sigue representando un gran problema para nuestra sociedad. Por un lado, por una evidente incapacidad para responder a la demanda de alimentos de la población. El derecho a la alimentación, a no pasar hambre y no sufrir malnutrición, está reconocido internacionalmente. Y, sin embargo, se calcula que en pocos años más de 840 millones de personas sufrirán hambruna y malnutrición en el mundo.

Vista de una granja agrícola
La agricultura es el mayor empleador del mundo y proporciona medios de vida al 40% de la población mundial

Por otro lado, las malas pautas alimenticias en las sociedades desarrolladas, con sus nefastas consecuencias para la salud. Un nuevo sistema alimentario dominado por la industria y por un estilo de vida acelerado que hace que perdamos paulatinamente el foco en lo que comemos. Y que no atendamos a sus derivadas en forma de enfermedades como la diabetes, la hipertensión y otros trastornos cardiovasculares.

Con Iris Comino, experta en nutrición clínica y comunitaria, pudimos compartir algunas reflexiones sobre alimentación saludable y sostenible. Fue en el marco del ciclo WorldWatchers de nuestra universidad, donde pusimos el acento en aspectos tan importantes como la erradicación del hambre, la búsqueda de un estilo de vida más saludable y la demanda de procesos productivos más sostenibles.

¿Por qué es importante mantener una alimentación saludable?

La alimentación es la base de nuestra salud, es fundamental para garantizar nuestra supervivencia. Pero, más allá, la forma en que producimos y distribuimos los alimentos también tiene un impacto directo en nuestra salud y en la del propio planeta.

Por eso, para disfrutar de una vida saludable no basta con elegir un alimento más sano que otro, elegir una manzana sobre un bollo. Es necesario analizar todos aquellos aspectos que conforman e influyen en el sistema alimentario: desde la producción a la cadena de suministros, el manejo de los residuos y excedentes y, por supuesto, el propio consumo.

La industria alimentaria es responsable del 30% del consumo energético mundial y de un 22% de los gases contaminantes

Un sistema alimentario sostenible garantizará la seguridad alimentaria y nutricional para todas las personas, es decir, que exista disponibilidad, accesibilidad, estabilidad y acceso a los alimentos. Y que estos alimentos sean nutritivos sin comprometer las bases económicas, sociales y ambientales para las generaciones futuras.

Nuestro sistema alimentario actual es cada vez más frágil. Y su fragilidad viene dada precisamente porque se aleja, de manera acelerada, de los modelos nutricionales tradicionales, que siempre son más sostenibles porque se basan en una producción eminentemente local. Pensemos, por ejemplo, en la dieta mediterránea, donde la presencia de aceite de olivaverdurasfrutaslegumbres y cereales es muy alta. Productos, todos ellos, de proximidad.

Un puesto colorido de frutas y verduras
¿La receta para una alimentación saludable? Una dieta rica en verduras, frutas, hortalizas y legumbres

Sin embargo, es cada vez más habitual incluir en nuestra dieta alimentos que no son de temporada, productos transformados o sabores exóticos que hemos de importar de otros países. Y es esta dependencia de la exportación la que, en parte, convierte al sistema alimentario actual en frágil e inconsistente, además de poco sostenible. La cadena de producción es larga, se interrumpe con facilidad, y multiplica los efectos nocivos derivados del almacenaje y la logística de transporte, como las emisiones de CO2. Y no sólo eso, sino que acelera el agotamiento de los recursos naturales, favorece la explotación de mano de obra barata y hace desaparecer, sobre todo en los países desarrollados, figuras tradicionales como el agricultor o el campesino.

El derecho a una alimentación saludable

Pero, además del acceso a los alimentos, las personas tenemos derecho a disfrutar de una alimentación que sea saludable. Es decir, aquélla que no sólo es suficiente, sino además equilibrada y variada. Una alimentación que beneficie nuestro estado de salud y que nos ayude a prevenir enfermedades.

Desgraciadamente, el degradado sistema alimentario actual empuja, también en sociedades opulentas como la nuestra, a un alarmante aumento de la malnutrición. Y es que, cuando hablamos de malnutrición, no sólo nos referimos a la subalimentación o al hambre. El retraso en el crecimiento, la emaciación (o pérdida involuntaria de peso), la deficiencia de nutrientes, la obesidad o algunas enfermedades como la diabetes también derivan de una mala nutrición y están presentes en las sociedades occidentales.

La malnutrición afecta negativamente a las personas, y no sólo a su salud sino a su bienestar y a su productividad. Unos malos hábitos alimenticios suponen, a la larga, altos costes económicos para el mantenimiento del sistema sanitario, y también altos costes sociales derivados del riesgo de morbilidad.

Lograr una nutrición más natural y saludable depende de nosotros mismos, más que del sistema o de la industria. Rechazar los procesados, tan normalizados en nuestro día a día, y volver a una dieta más variada y equilibrada, es una responsabilidad individual. Es fundamental basar nuestra dieta en alimentos de origen vegetal, acompañados de pequeñas raciones de pescado, carnes magras, huevos y lácteos. Además, priorizando productos frescos, locales y estacionales. Una alimentación adaptada al comensal y al entorno, que sea sensorialmente apetecible y mínimamente procesada.

Hemos de volver a la dieta mediterránea. Una alimentación basada en los vegetales, las legumbres y las frutas en toda su variedad, con gran presencia de pescados y de aceite de oliva. En la que incluyamos también granos integrales, que tienen muchos nutrientes y son digeridos mejor que cualquier harina refinada.

¿Cómo lograr una alimentación más sostenible?

Cada vez es mayor la preocupación social por lograr una alimentación más saludable. Existen muchas medidas públicas que buscan reequilibrar el sistema alimentario, haciéndolo más sostenible y sano para la población general. Sin embargo, somos los consumidores los que tenemos el verdadero poder para cambiar las cosas. ¿Cómo hacerlo? Algunos pequeños gestos bastan para empezar a construir un nuevo sistema de alimentación más saludable.

Una primera pauta sería cambiar nuestros hábitos de alimentación. Podemos empezar con ciertas alteraciones en nuestro menú diario para, poco a poco, ir incorporando cambios más importantes:

  • Aumentar el consumo de fruta y verdura de temporada, eligiendo productos ecológicos cuando sea posible.
  • Moderar el consumo de carnes y otros alimentos de origen animal, priorizando aquéllos de ganadería ecológica y pesca sostenible.
  • Disminuir al máximo el consumo de azúcar, las grasas de baja calidad y la sal.

Y, como norma general básica, evitar todo tipo de alimentos ultraprocesados, tan ligados a las dietas occidentalizadas y tan alejados de nuestra dieta mediterránea. Se trata de alimentos muy perjudiciales para la salud, llenos de azúcares y grasas trans de baja calidad que afectan directamente a nuestro sistema cardiovascular.

Bollería industrial
Según el último Informe del Consumo Alimentario, en España cada persona consumió 5,81kg de bollería en 2019

Otra pauta sería cambiar nuestra forma de consumir. Vivimos en una sociedad opulenta en la que el precio que pagamos justifica cualquier tipo de producción irresponsable. Despilfarramos alimentos casi sin darnos cuenta, y con nuestro consumo alimentamos un sistema de producción insostenible que multiplica el uso de plásticos. Por eso es tan importante que, como consumidores, alteremos nuestros patrones de consumo:

  • Evitar el uso de plásticos y los alimentos empaquetados. Siempre es posible comprar a granel, rechazar las bandejas de poliespan en las tiendas y, por supuesto, llevar una bolsa de tela o mochila para transportar la compra.
  • Recurrir al comercio local, cooperativas y tiendas tradicionales, en las que la relación comercial es más justa y existen menos intermediarios.
  • Recalcular lo que consumimos para evitar los excedentes y desperdicios.
  • Analizar el etiquetado de los alimentos y su lista de ingredientes para elegir sólo los más saludables o que contengan grasas de calidad.

Y, en definitiva, fomentar una mayor cultura nutricional en la población. Interesándonos más por los alimentos que consumimos y demandando más información sobre los procesos productivos, podremos enriquecer mucho nuestro consumo. No sólo porque elegiremos aquellos productos que son mejores para nuestra salud, sino también los que son más beneficiosos para nuestro entorno inmediato y para el medio ambiente.

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