El acceso directo de los alumnos universitarios a las fuentes de conocimiento de cada ciencia es uno de los elementos imprescindibles para formarse en un pensamiento crítico.
Formar a un alumno de Derecho como jurista, y no como mero leguleyo, es algo muy distinto a dictar clases, tomar apuntes o aprenderse la legislación de los reyes godos. Es enseñarles a razonar desde la lógica jurídica para dirigirlos hacia la búsqueda de la verdad y la justicia.
Por supuesto, el estudio es imprescindible en la adquisición de conocimiento, pero el alumno no debe aceptar sin crítica lo que esté escrito en apuntes o manuales, solo porque esté escrito. Debe interpretar, estructurar y analizar el contenido y, en ocasiones, acudir a las fuentes para cotejar una afirmación, contextualizarla y comprenderla con el suficiente grado de matices.
A lo largo del cuatrimestre, en la asignatura de Historia del Derecho, los alumnos han tenido que realizar esta labor, detectando “errores” en apuntes, profundizando con artículos o monografías aspectos concretos del programa o, como es el caso de hoy, acudiendo a la biblioteca para tener un contacto directo, durante dos horas, con fuentes jurídicas del Derecho histórico español como Els Furs, Las Siete Partidas, el Liber Iudiciorum o el Libro Becerro de las Behetrías, entre otras muchas.
Es un honor, año tras año, acompañar a los alumnos en este proceso de crecimiento profesional y humano.