Como destacaba Karl Popper en La Influencia de las Ideas Filosóficas en la Historia de Europa publicado en 1979, las ideas juegan un papel preponderante en delinear el devenir de la historia. La bondad de las ideas se puede graduar en un continuo que va desde las muy perjudiciales y deletéreas hasta las extremadamente positivas. En relación a los diferentes sistemas socioeconómicos el comunismo, habría que situarlo cerca del extremo inferior. El comunismo, en teoría, supone la llegada de la sociedad a una arcadia feliz en la que no hay oprimidos ni opresores y donde se enseñorea en la economía y sociedad el ideal de la igualdad. Tiene en común con otras obras (utopía de Tomas Moro o República de Platón) la creencia postulada por John Locke de que los seres humanos somos una tabla rasa, y, por tanto, perfectamente maleables en nuestras costumbres y forma de comportarnos.
La realidad es muy distinta como demuestra la sociobiología y la psicología evolutiva (ejemplificado en el brillante libro la tabla rasa de Steven Pinker). Nuestro acervo genético constriñe la plasticidad de nuestras acciones, por lo que un modelo de sociedad, como el comunismo, que vaya contra la propiedad privada y quiera poner por delante la sociedad frente a la familia está abocado al fracaso. Esto lo expresa lucida e irónicamente el entomólogo y fundador de la sociobiología E.O. Wilson: “Una teoría magnifica -el comunismo-, pero aplicada a una especie equivocada”.
La poca concordancia entre las exigencias de una sociedad comunista y la naturaleza humana ha supuesto que los intentos de llevarla a la práctica se han malogrado. En la URSS la política económica auspiciada por Stalin basada en la colectivización de la agricultura y la nacionalización de las empresas, abolición del sistema de precios y prohibición de la iniciativa privada, significo un desempeño económico muy inferior a los países con economías mixtas. Los países de credo comunista que han experimentado crecimiento económico han sido porque han sustituido la planificación económica por la iniciativa privada y por el sistema de precios (como es el caso de China y Laos).
Adicionalmente al objeto de poder imponer unas condiciones y normas de comportamiento tan alejadas de la naturaleza humana todos los países en los que se ha aplicado un régimen comunista han llegado de la mano del totalitarismo y la autocracia. Por tanto la evaluación del comunismo es clara, significa unos resultados económicos muy mediocres, de forma que lo que realmente se reparte en alguna medida es la miseria, y, adicionalmente, se laminan los derechos humanos.
Venezuela ejemplifica el daño que está suponiendo la aplicación de las ideas neocomunistas tanto a nivel económico como a nivel político y social. Desde la llegada de Hugo Chavez al poder en 1999 los ejes de acción han sido el bolivarianismo y poco después el denominado socialismo del siglo XXI propuesto por el sociólogo alemán Heinz Dieterich en el libro de título homónimo. En lo que supone un intento de actualizar, después del colapso de la URSS, la teoría marxista.
En relación los resultados económicos desde la llegada de Chavez hasta la actualidad, como destaca Jesús Fernandez Villaverde en el blog nada es gratis, comparándolo con los países más grandes de la región (Brasil, Colombia y Perú). El crecimiento es menor que los restantes países analizados, pese al que el precio de petróleo se ha multiplicado por más de siete desde 1999. En relación al desempeño en pobreza y desigualdad que es donde la ideología chavista, en teoría, debería de mostrar los mejores rendimientos, los resultados vuelven a ser peores que en los países de comparación (excepto en desigualdad en Colombia).
Para analizar la dimensión social, política y de respeto de los derechos humanos nos fijamos en el índice de democracia. Mide cinco categorías entre las que se encuentran: las libertades civiles, el proceso electoral y pluralismo político. En 2012 Venezuela ocupaba el lugar número 95 con una puntuación de 5.15, lo que lo sitúa en un régimen híbrido (mucho más cercano de un régimen autoritario, que son aquellos con un 4 o menos, que de una democracia plena, que significa contabilizar al menos un 8), mientras que Brasil, Colombia y Perú alcanzan un 7.12, 6.63 y 6.47 respectivamente, clasificándose como democracias imperfectas. El otro indicador de prestigio en que nos basamos es the rule of law index, está conformado por nueve categorías de las que podemos destacar las restricciones en el poder del gobierno, ausencia de corrupción y derechos humanos. De los 99 países analizados Venezuela es el último con valor de 1.7 mientras que Brasil, Colombia y Perú suponen un 6.3, 5.5 y 6 respectivamente.
Como ejemplos concretos que refrendan lo sostenido por los indicadores analizados podemos destacar las detenciones arbitrarias, incluidas las del alcalde de Caracas Antonio Ledezma y del líder de la oposición Leopoldo Lopez, definida por Amistia internacional y Human Rights Watch como motivadas políticamente. Así como la censura en los medios de comunicación con la revocación de la licencia a RCTV o la retirada de NTN24.
Como corolario podemos sostener que debido a las perniciosas ideas que se están implementando en Venezuela, se está convirtiendo en un estado fallido con gran sufrimiento para sus ciudadanos. La fórmula del éxito que conyuga elevados niveles de bienestar económico con el respeto a los derechos fundamentales se encuentra en el estado social y democrático de derecho. En el mismo se sigue el aforismo de Aristóteles: la virtud se encuentra en el punto medio. Empleando el mercado como motor fundamental en la creación de riqueza y generador de eficiencia, complementándolo con un Estado importante que garantice la justicia social. Como conspicuos representantes de este modelo se encuentran los países escandinavos con Dinamarca a la cabeza.