Las políticas de Responsabilidad Social Corporativa están cada vez más presentes en el core de las empresas, y no sólo en las que cotizan en el IBEX 35. Lo que no es tan habitual es encontrarse con grandes empresarios que se definan a sí mismos como filántropos. Y, sin embargo, existen esos líderes que incorporan la filantropía a sus vidas, más allá de sus empresas, y orientan parte de sus esfuerzos y recursos personales al bien común.
Mejorar nuestro planeta, desde una visión de negocio pero también personal, es una de las constantes en la vida de Sergi Ferrer-Salat. El empresario catalán preside el Grupo Ferrer, un conglomerado de empresas líderes en el ecosistema sanitario y farmacéutico desde los años 50, de presencia internacional y marcada apuesta por el I+D+i.
Por otro lado, Sergi Ferrer-Salat destaca por un activismo convencido en pro de la equidad social y de la justicia medioambiental. Un filántropo de manual, que impulsa numerosas causas solidarias en el ámbito de la educación, la cultura y la lucha contra el cambio climático.
Pero, ¿por qué personas de su perfil apuestan por la filantropía empresarial, cuando han llegado a la cima del éxito profesional? En su reciente participación en el ciclo World Watchers de la CEU UCH, en una sesión titulada “El empresario y la sociedad: una nueva filantropía para el siglo XXI”, Ferrer-Salat nos dio la clave: para los líderes empresariales, la filantropía sólo adquiere sentido cuando traspasa el compromiso corporativo para convertirse en un reto personal.
Una nueva filantropía empresarial para el siglo XXI
Inicialmente, el concepto de filantropía nos puede conducir a la idea tradicional de mecenazgo, de apoyo a la ciencia y a las artes. Y es indudable el impacto positivo de ese concepto clásico: devolver a la sociedad parte de lo que ésta ha proporcionado a la empresa.
Sin embargo, para entender la filantropía empresarial moderna es importante desligar el concepto de la imagen de la caridad. Porque, en última instancia, el objetivo de la filantropía tiene que ser, precisamente, evitar que la gente dependa de la caridad. La cuestión está en lograr empoderar y conseguir que el retorno a la sociedad se convierta en algo realmente sistémico. Y, para ello, es fundamental apostar por dos atributos clave, como son la investigación y la educación.
La generación de puestos de trabajo debe orientarse a conseguir una mayor cohesión social y equidad
Estados Unidos destaca por ser uno de los países con mayor actividad filantrópica del mundo, con cifras anuales que alcanzan varios miles de millones de dólares. Esto refleja hasta qué punto la apuesta de las grandes empresas del país por la excelencia educativa, la justicia social o la erradicación de enfermedades está arraigada. Todos, elementos que apoyan la idea de la filantropía empresarial como vector de empoderamiento de la sociedad, con el objetivo último de erradicar la dependencia del welfare state.
Para Sergi Ferrer-Salat, la nueva filantropía empresarial del siglo XXI pasaría necesariamente por un compromiso ético intachable con la sociedad. O que el proceso de creación de riqueza, que luego se puede traducir en acciones filantrópicas y de mecenazgo, ya surja desde la ética social.
La industria de la desigualdad y el desequilibrio
En demasiadas ocasiones a lo largo de la historia, ha habido una obsesión empresarial por maximizar el beneficio a corto plazo en detrimento de la salud de la gente y del medio ambiente. Algo que, sin duda, supone un ataque frontal a la teórica equidad y cohesión sociales que deberían garantizarse. Y este es un fenómeno dramático que define totalmente el desarrollo empresarial de los últimos años.
Pensemos en sectores como el tecnológico, del automóvil o el del llamado fast fashion, y en el porqué de su deslocalización. Ofrecer sus productos a precios bajos muchas veces pasa por presentar condiciones de trabajo muy poco favorables a sus trabajadores. Por no hablar de la explotación de recursos naturales y sus efectos nocivos en la contaminación atmosférica.
El proceso de creación y el desarrollo económico de la empresa tiene que responder a un criterio ético, cuestión fundamental para el equilibrio global. Es bueno y es debido que haya una rendición de cuentas por parte del tejido empresarial. Pero, al mismo tiempo, el consumidor tiene también que ser consciente de cuál es su papel en este proceso de transformación que necesitamos.
Promover una industrialización más inclusiva y sostenible que contribuya al empleo y al PIB debería ser uno de nuestros objetivos
La llamada a la responsabilidad se da, por tanto, por interés social y medioambiental. Pero no únicamente. Las consecuencias para la salud humana de un modelo de producción y consumo contaminante están demostradas científicamente: accidentes vasculares, enfermedades pulmonares, cáncer… La obsesión por el private profit, por vender más, acaba teniendo consecuencias nefastas para la sociedad, también en términos de salud pública. Algo a lo que colaboran otras industrias de gran peso económico, como son la alimentaria y la del tabaco, que fomentan la dependencia y adicción del consumidor a sustancias poco saludables.
La situación es totalmente insostenible. Y, para acabar con ella, Ferrer-Salat considera fundamental volver a la dimensión ética del negocio. A una filantropía bien entendida que pase por un proceso de creación y desarrollo empresarial sustentado en un sólido compromiso ético.
Cambio climático y desarrollo económico
La actual crisis socioeconómica no sólo refleja la ausencia de ese enfoque ético a nivel social, sino también a nivel medioambiental. Es más, pone de manifiesto nuestra absoluta dependencia de los servicios de los ecosistemas.
Y es que, esa idea tan manida de «salvemos el planeta», es totalmente errónea. El planeta no necesita del ser humano para sobrevivir, sino a la inversa: la capacidad de generación biológica de la Tierra es enorme, y es nuestra existencia la que depende de los ecosistemas. El aire que respiramos, el agua que bebemos, la absorción de CO2, la degradación biológica de los residuos, nuestra alimentación… Todo lo que permite que el ser humano pueda vivir en este planeta proviene de los servicios que, de forma gratuita, los ecosistemas nos ofrecen.
Por eso, cuando hablamos de cambio climático realmente deberíamos estar hablando de justicia climática, de pura justicia social. Porque todos sabemos que es la gran actividad industrial, la que sustenta el crecimiento económico, la principal causa de la degradación climática. Para crecer, hemos de destruir. Y para generar riqueza, hemos de empujar a la pobreza a parte de la población, sobre todo la que depende de la agricultura y la ganadería para subsistir. El último The State of Food Security and Nutrition in the World, de la FAO, demuestra que las tasas de desnutrición en el mundo siguen creciendo al compás del desarrollo económico.
La sobreexplotación por la productividad, pero también la degradación de los hábitats, ha generado también el fenómeno de los refugiados climáticos. Poblaciones enteras que huyen de sus entornos porque ya no pueden vivir en ellos por la destrucción de los ecosistemas o por conflictos bélicos derivados de ello. Se estima que, entre 2016 y 2018, hubo en el mundo 227 millones de refugiados climáticos en el mundo. Y, como preconiza el sociólogo alemán Harald Welzer, la cuestión climática y la degradación medioambiental serán las responsables de los grandes conflictos bélicos del siglo XXI.
La globalización es, sin duda, la que ha permitido el crecimiento y la expansión de Occidente y el mundo. Y, al mismo tiempo, es la responsable de la gran crisis socioeconómica a la que nos estamos enfrentando. Una crisis humanitaria y medioambiental que acaba afectando enormemente al prestigio del empresario y a los pilares sobre los que se sustenta nuestra democracia.
La ética social, clave en la nueva filantropía empresarial
¿Adónde nos llevarán estas desigualdades socioeconómicas, esta falta de ética empresarial? Podemos estar permanentemente culpando a nuestros gobernantes por los casos de corrupción y de falta de ética. O exigiendo responsabilidad al consumidor.
Según la ONU, el 74% de los pobres del mundo son directamente afectados por la degradación de la tierra
Sin embargo, una gran parte de la responsabilidad cae también en el mundo de la empresa. La obsesión por situar el private profit por encima del social benefit acabará sembrando las semillas de la violencia, del colapso y del conflicto social. Y el auge de los populismos es ya una realidad en Occidente, un reflejo de una sociedad descontenta que se siente despreciada y necesita hacerse oír.
Por eso, la nueva filantropía empresarial para el siglo XXI pasa por el desarrollo de una relación ética intachable del empresario con la sociedad. Es un aspecto fundamental, según Sergi Ferrer-Salat, para defender y crear una sociedad mucho más equitativa, con más justicia social y democráticamente sólida. Una sociedad mejor que acabará por beneficiarnos a todos.