¿Qué ha quedado de las primaveras árabes que estallaron en 2010 y 2011? ¿Ha mejorado o empeorado la situación en los países en los que se vivieron estas revueltas espontáneas? ¿Han hecho cambiar a mejor la situación política, económica y social? ¿Han despertado las ansias de democracia de la población local?
Lo cierto es que en los últimos meses, semanas, días, vuelve a haber protestas en varios países de esa zona del mundo tan cercana. Y en Líbano este mes de noviembre ha caído el gobierno, que era de unidad nacional, como consecuencia de unas protestas que se han dado en llamar la Revolución del Whatsapp.
Y aunque seguramente no haya que lamentar demasiado el fin de un gobierno que era tremendamente corrupto e incapaz de atender a las necesidades más básicas de la población, también es verdad que Líbano era un modelo porque en su ejecutivo participaban todas las sensibilidades religiosas (sunitas, chiitas, maronitas, drusos) y además deja un preocupante vacío de poder.
Las primaveras árabes
Empecemos por el nombre: primaveras árabes, qué nombre tan mal elegido a la vista de los resultados… Es duro comprobar los otoños que atraviesan algunos de estos Estados, por no hacer el chiste fácil de que ahora algunos sufren un auténtico invierno.
Estos movimientos crearon grandes esperanzas de democratización en una zona con graves carencias en este sentido. Pocas veces se han seguido a nivel mundial unos acontecimientos con más esperanza que las primaveras árabes. Pero uno tras otro (con la única excepción de Túnez) estos intentos de apertura surgidos desde el pueblo han ido cayendo, de distinta forma, como un castillo de naipes. Para entender su falta de éxito hay que atender a factores comunes en este complejo tablero que es el Magreb como los niveles de corrupción y clientelismo, el enriquecimiento ilícito de las élites políticas, el nivel de paro que alcanza en algunos países el 60% en el caso juvenil, las carestías económicas y la falta de servicios básicos, la subida de impuestos y el fin de subsidios a productos básicos, la tremenda injusticia social y los intereses de potencias externas entre las que podemos incluir la UE pero también a EEUU, China o Rusia.
En todo caso, cada país es un mundo y ni la situación de partida ni las consecuencias de las revueltas y manifestaciones fue ni está siendo la misma en todos ellos.
Hay toda una casuística: el caso de “éxito”, aunque sea éxito relativo, es el de Túnez. Los casos que han acabado en colapso del Estado son Libia, Siria y Yemen.
En ellos las protestas de la ciudadanía exigiendo mejoras desembocaron en terribles conflictos armados, con un preocupante componente de terrorismo yihadista. Está el caso de los movimientos de protesta que han terminado en un colapso del gobierno, como Líbano. Los casos que han acabado en contrarrevolución, más autoritarismo y represión son Egipto y Bahrein. Los países que se libraron de la continuación de las protestas merced a reformas limitadas impulsadas por los dirigentes son Jordania y Marruecos, en los que hay una tensa calma. Y los casos de primaveras “tardías”, esto es, países que no protagonizaron en 2011 protestas pero que las están viviendo ahora son Argelia e Irak (aunque en el caso de Irak cabe plantearse si anda camino de convertirse en otro colapso del Estado, a la vista de que la represión policial ha producido ya más de 250 muertos desde que se iniciaron las manifestaciones en septiembre).
Incluso el país que es tratado como éxito, que es también el país donde todo comenzó, Túnez, se encuentra en una situación complicada.
Hay una incipiente democracia que algunos consideran que se sostiene gracias al apoyo de la UE y del FMI, pero en su interior crecen los problemas económicos y sociales. La llamada revolución de los jazmines parece que se consolida tímidamente tras la convocatoria en septiembre de elecciones presidenciales y elecciones legislativas en octubre, ambas libres y transparentes. Pero estas elecciones han supuesto un verdadero terremoto político cuyas consecuencias desconocemos. En las elecciones presidenciales los dos candidatos que pasaron a segunda vuelta fueron dos antisistema, con lo que la población demostró su revancha frente a fórmulas políticas tradicionales. El ganador es, de hecho, un candidato independiente que rechazó todo tipo de publicidad con fondos públicos. Y eso fue lo que en parte valoró la población, su imagen de integridad, puesto que se presentó sin partido, sin campaña, sin fondos. Los electores han optado por una aventura hacia lo desconocido. El nuevo presidente Kais Saied es un conservador, que defiende los valores tradicionales de la sociedad islámica. Y las elecciones al parlamento han dejado este órgano profundamente fragmentado entre los nostálgicos a Ben Ali, los islamistas y partidos más progresistas.
Esto puede llevar a inestabilidad, sobre todo en un momento en el que la situación económica es bastante peor que cuando estaba el dictador, con todos los indicadores económicos disparados (gasto público, paro, contratación pública, inflación…). Lo único que no está disparado es el turismo, del que tanto depende Túnez, debido a los atentados que sufridos desde el fin de la era Ben Ali.
A día de hoy hay en Túnez más libertad política pero no prosperidad económica. Y hay mucho descontento social, también entre las fuerzas policiales, lo cual produce radicalización. Este desencanto post-revolucionario del país no debería ser minusvalorado a la vista de que Túnez es uno de los principales proveedores de terroristas yihadistas.
Cabe plantearse hasta qué punto sin el apoyo económico y político occidental Túnez no sería otra primavera árabe fallida. Y Occidente condiciona sus ayudas a cambios constitucionales, legislativos, administrativos, transparencia… Hay además un malestar hacia la UE porque la población considera que el acuerdo de libre cambio -que se debía haber firmado en 2019- se puede convertir en una tutela económica externa. De hecho se acusa al acuerdo de neocolonialista, ultraliberal, asimétrico, destructor de la frágil economía tunecina, y de haber sido negociado a cuchillo en Bruselas so pena de perder la financiación europea, que tanto necesitan. Y eso causa rechazo.
El proceso democratizador de Túnez sólo podrá tener éxito si los gobernantes son capaces de controlar los problemas económicos, algo que también es aplicable a los demás países del Norafricanos: solo con la mejora de las condiciones de vida de la población se podrá avanzar en mejoras de su gobernanza que lleven a una futura democracia. Pero primero, obviamente, habrá que empezar por el principio, es decir, que se alcance la paz en los países en los que las primaveras árabes acabaron en conflicto y que se corte de raíz la corrupción descarada de las élites, que raya en la cleptocracia.
La Dra. Dª Susana Sanz Caballero, Catedrática de Derecho Internacional Público
Cátedra Jean Monnet de la CEU UCH, fue invitada como ponente, junto a oficiales del ejército y expertos universitarios, en los actos del 70 aniversaio de la OTAN, para analizar la evolución de las “primaveras árabes”, casi diez años después de su estallido.