Innovar. Innovación. Innovador…
Parecen términos necesarios (como otros por el estilo) para que se valore positivamente aquello de lo que hablamos: Metodologías innovadoras, escuelas innovadoras, materiales innovadores,..
Desde luego no me voy a negar a nada que ayude a que la educación sea, cada vez más y mejor, lo que debe ser: un cauce que posibilite, con motivo de la transmisión de la cultura, relaciones personales en las que los implicados (maestros y alumnos) puedan crecer como las personas que son. Y como digo, cualquier esfuerzo que se haga en este sentido merecerá todo mi reconocimiento.
Sin embargo, en ocasiones, estos esfuerzos por encontrar algo nuevo podrían ser esfuerzos por redescubrir ideas, planteamientos, prácticas,… que en su momento no encontraron el eco suficiente o que, por modas o imposiciones (circunstancias) de todo tipo, fueron acalladas y olvidadas.
Me llamó la atención un escrito de Giner de los Ríos que encontré en un ejemplar de Revista de Educación en el que hablaba sobre la práctica de realizar exámenes. Es curioso que más de 125 años después de que dijera esto, algunas prácticas innovadoras estén planteando (vaya mi aplauso por delante) maneras y medios de evaluación que escapen a este modo de evaluar del que Giner de los Ríos, en 1888, decía
El examen es una formalidad vituperable por lo vana, brevísima (aun cuando duren una hora o dos, cosa imposible en clases numerosas) malsana, artificial y perturbadora.[1]
Rotundo. ¿Nos os parece?
[1] Publicado originalmente en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza el 15 de julio de 1888.