¿CÓMO ENSEÑAR?
Catedrático de Derecho Eclesiástico del Estado en la Universidad CEU-Cardenal Herrera de Valencia y ExDirector del Departamento de Derecho Público.
A pesar de estar en constante preparación de la materia y preocupado por su didáctica, por apasionar a los alumnos, por proporcionarles la práctica desde la teoría y la teoría a partir de la práctica, a veces me siente confundido y anticuado.
Un sabio profesor universitario, amigo mío, al oír en una conferencia de estos nuevos gurús de la educación que la educación de nuestros niños, adolescentes y jóvenes debía estar centrada en la adquisición de competencias, habilidades y destrezas, de metodologías activas y creativas, de motivaciones y complicidades, con sorna y simpatía dijo que no sabía si estábamos preparando saltimbanquis o malabaristas. Todos reímos. Creo que muchos atisbamos lo dramático de la situación.
Recuerdo que hace unos cuantos años, otro gurú de la pedagogía llegó a decir que en la educación universitaria el profesor era un simple guía; que lo importante era el alumno, que él era el artífice de su propia educación. Que las clases magistrales no eran importante, sino que debían ser reducidas al mínimo, y que había que potenciar las experiencias, lo empírico, el contacto del alumno con el problema.
Yo le interpelé, quizá con provocación, diciéndole que él estaba dónde estaba, hablando a más de cien profesores universitarios, precisamente porque había tenido profesores con clases magistrales y no profesores como predicaba actualmente. Él me respondió con un cierto tono molesto, que evidentemente yo ya no entraría en esas nuevas tecnologías de la educación, que estaba enquilosado en la docencia anticuada.
Estoy preocupado. En los nuevos tiempos lo que prima es la experiencia, la emotividad. Hay que motivar al alumno. Ha de encontrarse bien en la clase, tiene que vivir experiencias de aprendizaje atractivas, y así todos ellos serán felices porque descubrirán la belleza del mundo que nos rodea. Pero ¿Y la dedicación, el esfuerzo y el sacrificio de tener que enfrentarse a algo que no comprende y esforzarse no sólo por comprender sino por hacerlo comprensible?.
En la educación actual parece que las nuevas tecnologías lo sean todo. Los padres, sobre todo, piensan que porque un colegio tenga pizarras digitales los alumnos se enseñarán mejor; en los colegios y en la Universidad los “power Point”, los “prezi”, las películas, los “you tube” están ocupando todas las clases, han suplantado al profesor. No hay profesor que se precie que no acuda a impartir una conferencia sin su power point. Dentro de poco hasta en los Plenos de las Cortes se hablará con proyecciones.
Quiero reivindicar la memoria, la palabra y la abstracción en la enseñanza.
La memoria es el archivo de la persona física. Si una persona jurídica no tiene archivo queda indefensa, no tiene historia, o, al menos, no la conoce o no la recuerda. Queda indefensa la persona jurídica. Resulta difícil retener, deducir, inducir, relacionar sin haber educado la memoria. Una persona con memoria juega con ventaja sobre una que no la tiene.
¿Dónde está el poder de la palabra? Hace algún tiempo asistí a una conferencia del eminente Profesor Juan Velarde, quien estuvo una hora y media leyendo sus folios ante más de 200 estudiantes y nadie se atrevía ni a respirar, porque estaban embaucados con lo que decía, disfrutaban con sus reflexiones y pensamientos; y así podría referirme a varios profesores y conferenciantes más. El arte de buen hablar y del buen escribir son necesarios para nuestros estudiantes. Y eso se consigue leyendo, estudiando incluso de memoria, escribiendo y hablando en público. No debemos arrinconar las palabras por las imágenes. Claro que son complementarias, pero no enseñamos a los alumnos a saber hablar sin que tengan el texto en la pantalla, ni incluso muchos profesores saben dar la clase sin estos recursos. Los necesitan, están cada vez más sujetos a ellos cuando antes ni siquiera los utilizaban. ¿Son mejores profesores ahora que antes? ¿Sus alumnos consiguen mejores resultados en competencias, habilidades, procedimientos y contenidos?.
Pero sobre todo los alumnos han de estudiar lo abstracto, aunque no lo vean. Deben reflexionar, ensimismarse con el texto que tengan delante. Han de recrearse con lo que no experimentan, disfrutar con lo abstracto. Siempre lo he dicho: en los sentidos los animales son mejores que nosotros. Algunos tienen más vista, más oído, más olfato, más gusto y más tacto, pero, en el pensamiento, en el razonamiento, en la imaginación, en la reflexión, en el ensimismamiento, creatividad no hay ni punto de comparación. El hombre es el animal más inteligente que hay, aunque algunos lo disimulen.
El educar en la abstracción da alas a la imaginación. El niño, adolescente y joven no se siente encorsetado por la imagen, ganando en libertad respecto al texto. Se gana en distancia psicológica respecto al autor del texto o de la imagen. Muchos niños, adolescentes y jóvenes estudian lo que les apetece o lo que les parece útil. ¿Quién les marca lo que es útil? ¿Es útil leer un texto filosófico o literario? ¿Es útil resolver ecuaciones o analizar una oración?
Viviendo en el mundo de la imagen nos vemos abocados a la superficialidad y a la inmediatez: A la superficialidad porque se corre el peligro de pensar que ya dominamos aquello que hemos visto, y es una primera impresión, incluso puede ser una ilusión porque a veces los sentidos nos engañan; y a la inmediatez, porque con un click accedemos a la información, y pensamos que lo sabemos todo. Es demasiado usual ver a los niños, adolescentes y jóvenes disponer de toda la información posible, pero sin saber procesarla. Escriben “cortando y pegando”, sin saber ni comprender lo que han escrito.
Imagen, sí; texto, también; abstracción, también. Y, por encima de todo, dos condiciones: “Conocer a cada uno de los alumnos y estimar mucho a cada uno de los alumnos”. Así las cosas irán mejor.