Pequeña confusión. Enorme desasosiego.

Tan solo llevaba dos días de prácticas en el colegio Nuestra Señora de Loreto de Valencia cuando, en el recreo de las 10:00 de la mañana Jorge, uno de los chicos de mi clase, venía hacia mí a toda velocidad, con su bocadillo de jamón york en la mano derecha y con cara de preocupación.
– “¡Profe, profe! ¡A Daniela se le ha caído una palanca!” – Me gritó.
– “¿Cómo que una palanca?” – Le respondí sin apenas entender nada.
– “Si profe, Daniela estaba jugando y, de repente, se le ha caído la palanca y está llorando, tiene mucha sangre”.
Podéis imaginaros cómo latía mi corazón; casi entro en un ataque de pánico. Yo no hacía nada más que mirar a mí alrededor buscando a alguna profesora a la que acudir sin tener que gritar su nombre (ya que ni siquiera recordaba el nombre de ninguna más que el de mi tutora porque escasamente llevaba dos días en el centro…). En mi cabeza resonaba la frase “tiene mucha sangre” una y otra vez. En cuestión de tres segundos se me pasaron mil historias por la cabeza como: “¿En serio en mi segundo día me tiene que pasar esto? ¿Qué palanca se le ha podido caer a la pobre niña? ¿Y si se ha abierto la cabeza? Jorge dice que tiene mucha sangre… ¿Qué debo hacer en estos casos? Pero, ¿cómo puede haber una palanca por ahí suelta? Y ¿Una palanca de qué? ¿Tendremos que llevarla al hospital? Andrea, en clase te han repetido mil veces que la sangre es muy escandalosa, ya será para menos. ¿Estará consciente? Ah sí claro, te ha dicho que está llorando. Ay madre, pero que estaba llorando mucho también ha dicho.”

– “Jorge, llévame con Daniela que vamos a ver qué le ha pasado” – Le dije a Jorge mientras caminaba hacia las porterías del final del patio.
– “Profe, ya te he dicho que se le ha caído la palanca y que tiene sangre por toda la boca”.
Según me iba acercando a las porterías, localicé rápidamente dónde se encontraba Daniela. Daniela estaba sentada en el suelo, rodeada de unos seis/siete niños cotillas (porque cabe destacar que los niños son muy cotillas). Me agaché frente a ella.
– “A ver Daniela cariño, ¿qué te ha pasado? ¿dónde te has hecho daño?” – Le pregunté un tanto preocupada y a la vez desconcertada.
Daniela me miro y sí, me di cuenta de que Daniela estaba llorando. Daniela estaba llorando pero estaba bien. A Daniela no se le había caído ninguna palanca encima, ni se había abierto la cabeza, ni roto ningún hueso como yo había pensado. A Daniela se le había caído el diente de leche conocido como “PALA” o “PALETA” y no “PALANCA”.
Yo no sabía si llorar o reír.

 

Andrea Kramer Esquivias, estudiante del grado en Educación Infantil de

MAGISTERIO-CEU

 

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