Al buen profesor

Os transcribimos el artículo del DR. REMIGIO BENEYTO BERENGUER Catedrático de Derecho Eclesiástico del Estado en la Universidad CEU-Cardenal Herrera de Valencia y ExDirector del Departamento de Derecho Público, publicado en LAS PROVINCIAS  el 1 de abril de 2017.  El Dr. Beneyto imparte la asignatura de Organización Escolar en el Grado de Educación Primaria de nuestra Facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación.

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Estas notas pretendo que sean un homenaje a miles de buenos profesores; profesores a los que se tiene cariño y estima; profesores que son ejemplo para nosotros; profesores a los que debemos reconocimiento por su saber, por su docencia y por su integridad. Y sobre todo, profesores a los que estamos agradecidos por darnos parte de su vida, haciendo posible que la nuestra sea más excelente. A todos ellos gracias.

Cariño y estima al profesor

Al buen profesor es fácil estimarle, porque él estima a sus alumnos. Para él sus alumnos son su familia. Quizá hablé de otros tiempos, es cierto, pero para él cada alumno es lo más importante, sea pobre o rico, inteligente o menos inteligente. La auténtica relación profesor-alumno dista mucho de ser la de prestador de servicio-cliente, que tanto deforma la educación. Para aprender uno ha de ser consciente de que aún no sabe, y, por eso, está dispuesto a aprender. Si uno piensa que lo sabe todo, no puede aprender nada. Ya tiene bastante desgracia.

El buen profesor, un ejemplo

Es sencillo, austero. Sus clases quizás no tengan medios tecnológicos ni audiovisuales. Quizá una simple pizarra sea suficiente. Su principal baluarte: su saber, su experiencia, su vivencia. El buen profesor abre la mente de sus alumnos, e inmediatamente surge la imaginación, la generación de nuevas ideas, la reflexión. Ante un problema, las hipótesis de trabajo y las posibles respuestas tienen más valor que las mismas soluciones, porque ya en el camino se encuentra la meta. Son su vida y su amor a la sabiduría lo que transmite a los alumnos. En la educación el principal valor es el ejemplo. Ejemplo de rigor, de estudio, de pasión por la asignatura, y también muestras de sencillez, de humildad, de respeto, de sentido de la justicia; incluso hasta en la forma de vestir y de comportarse en lo cotidiano. El profesor es siempre un referente para los alumnos. Siempre, desde pequeño, me he fijado en mis profesores, en su comportamiento, en su estima y en su servicio a la materia que impartían. Normalmente es lo que los alumnos suelen apreciar más. Con todo, al mismo tiempo, el buen profesor sabe guardar las distancias. Sabe hacerse respetar sin faltar nunca al respeto de sus alumnos. Por este respeto exquisito al alumno, el buen profesor nunca inculca sus ideas a los alumnos. Nunca. Y ello a pesar de ser alguien con una identidad bien definida y con unas convicciones personales acendradas, que a veces le ocasionan más de un disgusto. Muchas veces estas incomprensiones o injusticias son el precio de la libertad y de la identidad personal, que muy pocos son capaces de seguir hasta el final por el elevado coste que suponen. Me acuerdo de los buenos profesores al releer este párrafo de la Carta que Nicolás Sarkozy remitió a los educadores franceses: «El respeto, precisamente, debería ser la base de toda educación. Respeto del profesor hacia el alumno, de los padres hacia el niño, respeto del alumno hacia el profesor, del niño hacia sus padres, respeto hacia los demás y respeto hacia sí mismo, eso es lo que la educación debe producir», y más adelante reforzaba la importancia de la revalorización del oficio del educador, el orgullo de ser profesor, y la necesidad de ocupar un lugar reconocido en la sociedad, siendo respetados por los padres y por la misma sociedad.

Reconocimiento al buen profesor

Hay un proverbio alemán que dice que los árboles más viejos dan los frutos más dulces. Y así es. Inculcan el amor al saber, la capacidad de investigar, del esfuerzo, de ver donde no se ve. Y todo ello en cualquier materia, en cualquier ocasión. Creo que a veces no somos agradecidos con nuestros profesores. Félix María Samaniego dirá: «nadie da gracias al cauce seco del río por su pasado generoso». Estamos demasiado embebidos por la novedad, por lo fugaz, por lo instantáneo, por lo actual. El joven está en camino hacia la cumbre, pero el anciano está llegando a la cima. En la educación la experiencia es fundamental. Hay que oír al maestro, hay que escucharle. ¡Qué inmenso desperdicio no aprovechar todo su saber! Recuerdo que disfrutaba oyendo las precisiones de mis buenos profesores, las explicaciones que hacían, la forma de enfocar los problemas. Y todo con naturalidad, con sencillez, como hacen los grandes profesores, que lo difícil lo hacen fácil. Pero, por encima de todo, estaba el respeto de nuestros padres por los profesores. Ellos confiaban en ellos. Su autoridad docente estaba fuera de toda duda. Sabían que podría sacar lo mejor de nosotros, y así lo hicieron, pues muchísimos alumnos fuimos formados en sus aulas.

Finalmente gratitud

Gratitud porque valores como acogida, exigencia, esfuerzo, avidez por aprender, cercanía pero distancia, en una época adolescente y/o joven son fundamentales para la formación intelectual. Gratitud porque la identidad personal, las convicciones profundas, y, al tiempo, el respeto por las ideas diferentes, contribuyen al enriquecimiento personal de un adolescente o joven. Gratitud porque esa apertura de mente, esa ‘humanización’ de las enseñanzas no permitía una especialización profunda en lo poco pero inculta en lo mucho. Un alumno podía estar vocacionado para las letras o las humanidades, pero necesitaba saber de ciencias, de matemáticas, de física y de química. Al revés, un alumno podía ser amante de la ciencia y de la técnica, pero conocer la filosofía, la literatura, el arte. Gracias por todo a los buenos profesores.

REMIGIO BENEYTO BERENGUER

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En este enlace se puede acceder a la edición electrónica de este artículo en LAS PROVINCIAS

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