Me llamo Jacinta Sospedra y vengo de la mejor experiencia que he tenido jamás. Estoy en tercero de Publicidad, Relaciones Públicas y Marketing, y hace algo más de un año decidí irme de Erasmus (como para pensárselo…).
Cuando leí la opción de Gante ni si quiera sabía ubicarla en el mapa; me bastó con un par de búsquedas en «Google imágenes» para quedarme completamente enamorada de ella. La predicción se confirmó en cuanto la pisé por primera vez, acompañada de mis amigas de Valencia, que no querían perdérsela.
He pasado cinco meses estudiando “Communication Management” en Artevelde Hogeschool, y los repetiría una y mil veces. El programa reunía a unos veinte alumnos internacionales, todos Erasmus, e impartía lecciones de branding, oratoria, cultura mundial, plataformas digitales e inglés, entre otras.
“¿Pero te vas sola, así, sin conocer a nadie?” “¡¿A vivir en un piso con belgas?!” Sí, sí, así es. Me planté en Bélgica con cero amigos, mi buen nivel de ingles y ni idea de flamenco, lo cual nunca es impedimento en este país, ya que todo el mundo habla inglés.
Me quedo con la persona que soy hoy, no con la que se subió al avión el 1 de febrero
Y puesto que quería exprimir la experiencia, decidí convivir con gente nativa para abrir horizontes culturales y así, de paso, practicar el inglés. Éramos cinco en casa, un chico y cuatro chicas, contándome a mí. Me siento muy feliz de aquella decisión que tomé un poco a lo loco, con un par de mensajes de Facebook y un PowerPoint de la casa por email; ya que tuve la oportunidad de descubrir gente que me ha llenado enormemente, y que voy a echar realmente de menos.
Gante era definitivamente “the place to be”. Cada calle enamora hasta la médula y te sumerge en un cuento de hadas que nunca acaba. Su gente, su arquitectura, su cerveza… Porque, para qué mentir, es de lo mejorcito del país. Pasamos mucho frío en febrero, pero toda la gente que conocí, tanto en clase como fuera de ella, era tan cálida que fue muy llevadero.
Alquilar una bicicleta para todo el cuatrimestre fue un puntazo, la bici es el medio de transporte belga por excelencia, y llegas a todos lados en la mitad de tiempo. Además, la oferta de la empresa de alquiler es un chollo, así que ni dudarlo.
Con el paso de los meses nos hicimos completamente al entorno, se convirtió pronto en nuestro hogar, y ni siquiera queríamos pensar en volver a casa. Los días volaban sin ser rutinarios aunque a veces hiciéramos lo mismo que el día anterior. Cuando salía el sol nos reuníamos corriendo en el canal de Graslei a pasar la tarde, hacíamos picnics en Citadel Park, o disfrutábamos de un baño en el maravilloso lago de Blaameersen.
Al caer la noche, la famosa calle de pubs llamada “Overpoort” nos recibía con las puertas abiertas, aunque si te gustaba ir un poco más allá y no estancarte en «lo de siempre”, como me pasó a mí enseguida: DOK Kantine, Bar Bricolage o Kompass, organizaban eventos de lo más sorprendentes, en un ambiente singular y lleno de gente extravagante y amigable que te hacía sentir en una nube distinta al resto de la ciudad.
Tuvimos tiempo para explorar Bruselas, así como Amberes, Brujas, Lovaina, Dinant… Y es que todo está tan bien comunicado y tan cerca, que es imposible no lanzarse a una aventura cada fin de semana.
Académicamente, el curso fue excepcional, cada clase tenía su lado interesante, los profesores vivían realmente la materia y eran cercanos y divertidos. Disfruté cada día y los proyectos que realizamos estaban muy enfocados a mis estudios con el CEU.
Personalmente creo que no he podido crecer más. Me he despojado de prejuicios, he improvisado con gente de todo el mundo y he hecho amigos en cuestión de minutos que se han quedado en mi experiencia Erasmus hasta el final. He aprendido a valerme por mi misma, a vivir sola, a hacer mis deberes y tareas del hogar, y considero que ha sido una experiencia enormemente enriquecedora. Por supuesto, no todo fue un camino de rosas, hubo días malos, como en casa, y necesitas ser consciente de que estás lejos y de que debes apoyarte en tu nuevo entorno para venirte arriba. Nunca fue un problema.
Me quedo con todas las sensaciones, las buenas y las malas, con las veces que viví siendo yo misma, con las ganas de volver a disfrutar de esta ciudad llena de sorpresas y rincones por descubrir, con su gente, tan especial. Y con mis amigos, que sin duda han sido el mayor regalo.
Recomiendo al ciento uno por cien esta experiencia y me quedo con la persona que soy hoy, no con la que se subió al avión el 1 de febrero. Me quedo con toda esa gente que nunca volverá a estar conmigo en el mismo lugar ni al mismo tiempo, pero que sin embargo se convierte en el detalle más especial, algo irrepetible.