La otra noche leía un bonito artículo de un amigo titulado «La importancia de los nombres». No voy ahora a referirme al contenido del mismo, pero si a su esencia. La cuestión reside en la importancia de los nombres de todos aquellos que participan, de un modo u otro, en un proyecto con una gran dosis de entusiasmo, de deseo de cambio y transformación, colectivo y común. Pero voy más allá, la importancia reside en que cada acción cotidiana, cada relación que se establece, más o menos continua o intensa, establece un contacto personal que requiere de «nombres».
Por desgracia, nos hemos acostumbrado a una sociedad carente de ellos, y entendemos como normal referirnos a aquellos con los que establecemos esa relación como «la de la panadería», «el portero», «la del bar», «la cajera», «el profesor», «el alumno de segundo que…». La reflexión reside precisamente en este hecho, cuan frívolas, débiles y sin personalidad son entonces nuestras relaciones.
Pues no, no para todos. Me doy cuenta que a lo largo de mis 13 años como docente, no ha habido año en el que no tuviera la responsabilidad de ser algo más que la profesora, soy una personalidad con nombre, una personalidad a la que representa ese nombre. Y del mismo modo, tienen nombre y los representa, todos y cada uno de los alumnos que pasaron por nuestras aulas.
Al igual que para mi, la panadera es Lola, el portero es Vicente, la del bar es Maria, y la cajera es Lorena, estoy absolutamente convencida que la diferencia, nuestra diferencia como institución, que lleva a cabo proyectos ilusionantes, proyectos participativos, proyectos basados en el proceso de formación de personas, proyectos al fin y al cabo, que buscan una mejora de nuestra sociedad y de las personas que la conformamos, reside precisamente en la importancia de los nombres.
La importancia de todos y cada uno de los que han depositado su confianza, sus ilusiones, sus deseos y su futuro, a la relación con personas con identidad y nombre, que formamos esta Universidad