Hoy queremos hacernos eco de una curiosa y muy bien documentada noticia aparecida en la prensa este verano, a caballo entre la anécdota significativa y la microhistoria. La escribe Pablo Pardo, corresponsal de El Mundo en Washington D.C. y lleva por título “El día que Gary Cooper quiso ser Ortega y Gasset”. En ella, Pardo nos cuenta la historia de la inopinada amistad que surgió entre el actor norteamericano Gary Cooper y el filósofo español José Ortega y Gasset a raíz de su encuentro en la reunión inaugural del Instituto Aspen en Colorado (EE.UU.), en el verano de 1949. El artículo proporciona además otros interesantes detalles sobre la organización de aquel singular evento, y sobre la propia estancia de Ortega en los Estados Unidos (estancia que resultó ser la primera y la última para él).
Así comienza el relato:
«Querido Gary: No todas mis bromas son sólo bromas. Cuando cambiamos los encendedores, le dije que iba a darle a usted una de mis camisas. Aquí la tiene. No se la envío para que se la ponga, porque el formato de nuestros cuerpos es diferente, con gran ventaja para usted. Se la envío porque esa camisa es ‘la camisa de un hombre feliz’. Mi vida ha sido muy dura, pero a despecho de eso he sido capaz de convivir con lo que podríamos llamar una felicidad permanente. Que esa camisa sea como un amuleto que le quite la melancolía si alguna vez ésta se apodera de usted.
Gary Cooper quería ser Ortega y Gasset. Ojo: no es que quisiera ser como Ortega y Gasset, es que quería ser él. Los dos estuvieron juntos sólo una vez, en una de las reuniones más extraordinarias del siglo XX, en medio de las Montañas Rocosas. Y se cayeron bien. Tan bien, que hasta intercambiaron los mecheros.
Y Cooper –la quintaesencia de estrella de la era dorada de Hollywood, el ganador de tres Oscar, el novio de Ingrid Bergman, Marlene Dietrich y Grace Kelly–, hubiera querido ser Ortega, el filósofo que vivía en el exilio interior de la España gris y siniestra de la posguerra, odiado por parte de la mitad de sus conciudadanos y despreciado por la otra mitad.
Porque Ortega transmitió a la estrella el ejemplo del hombre feliz. Algo que él, a pesar de sus ligues con estrellas, de sus premios, de su fama -que llevó el número de niños bautizados ‘Gary’ de menos de 200 a 8.000 anuales en los años álgidos de su estrellato- no había conseguido siempre”.
Os animamos a leer la historia completa aquí.