Cualquier investigador cambiaría todo lo que se sabe hoy de las ballenas por conocer lo que todavía no sabemos de ellas. Son lugares comunes, hasta para el más profano, su majestuosidad, su carácter gregario o la fragilidad de su pervivencia. Registrados, filmados y documentados en abundancia conocemos aspectos como las migraciones, los ciclos reproductivos, los cantos…Para la ciencia veterinaria, sin embargo, los grandes cetáceos continúan siendo un reto de dimensiones oceánicas, nunca mejor dicho.
A estas horas, investigar sobre la salud de las ballenas es un ejercicio que aúna innovación, curiosidad, tecnología y altas dosis de tenacidad. Nuestra alumna de Veterinaria Schédir (Isla Guadalupe, Antillas) sabe muy bien a qué nos referimos. Por tercer año consecutivo ha participado en un proyecto internacional en Madagascar. Aquí se encuentra un centro observacional de grandes cetáceos al que acuden investigadores de todo el mundo.
¿Por qué Madagascar?
Es un lugar perfecto para la observación porque es zona de reproducción. Todos los años cientos de ballenas jorobadas llegan a la Isla de Sainte Marie para dar a luz a sus crías. Es un lugar ideal para ello porque la isla forma un canal que para ellas es como una piscina de poca profundidad. Además de estar protegida de amenazas.
¿En qué consistía el proyecto exactamente?
Hemos estado dos meses recopilando datos e información sobre la salud de las ballenas de la zona. Sabemos muchas cosas de las ballenas, pero es muy complicado conocer aspectos relativos a su salud, sobre todo si se trata de ejemplares vivos.
No parece que de momento haya muchas camillas que aguanten 25 o 30 toneladas de peso…
Y tampoco puedes meter temporalmente a una ballena jorobada en una jaula… Se trabaja sin descanso en encontrar nuevos métodos innovadores que nos permitan salvar esta dificultad evidente. En este proyecto de monitorización hemos contado con la ayuda de drones.
Cuéntanos cómo eran las salidas de observación que hacíais cada día.
La jornada empezaba muy temprano. Sobre las siete ya estábamos a bordo del barco. Lo primero era avistar una ballena para poder observar su comportamiento durante 10-15 minutos. Especialmente la duración de sus respiraciones y el tiempo que pasaba en superficie antes de volver a sumergirse. Cuando teníamos más o menos claro ese patrón, preparábamos el dron. Lo conducíamos hasta donde estaba la ballena esperando el momento en el que volviera a emerger para tomar muestras de aliento en una placa de Petri que llevaba instalada el propio dron.
¿Qué hacíais después con las muestras?
El proceso de esterilización y archivo se realizaba allí mismo, en alta mar. Las muestras se enviaban posteriormente a París para su análisis microbiológico. Buscamos catalogar bacterias que estén presentes en el aparato digestivo y respiratorio de las ballenas. En paralelo se toman muestras del aire de la zona y también de agua para poder comparar el resultado y ver los niveles bacteriológicos. Si sabemos lo que es normal podemos estar atentos a cualquier alteración.
Tuviste que atender dos varamientos en apenas dos meses.
Sí, otros veranos sólo tuvimos uno, pero en esta ocasión hemos podido tomar muestras de dos ballenatos varados en la playa. Extraer muestras en estos casos es muy importante porque la necropsia puede darnos pistas sobre patologías respiratorias que pueden provocar el fallecimiento de un ejemplar. En los dos varamientos procedimos a la disección de los ballenatos, tomamos fotografías y elaboramos un informe técnico. También pude tomar muestras de la laringe de uno de ellos. Serán analizadas en un estudio que se está desarrollando para explicar el funcionamiento del canto de las ballenas.
Muchas gracias por compartir tu experiencia con nosotros, Schédir!
