Seminario “La crisis de la opinión pública en los años 20”

Seminario “La crisis de la opinión pública en los años 20”
Momento de la presentación del III Seminario de Filosofía y Teoría Políticas, en el Palacio de Colomina.

Escrito por Elvira Alonso

Hacemos aquí el relato de lo que ha sido el III Seminario de Filosofía y Teoría Políticas (que anunciábamos en un post anterior), organizado por la Facultad de Derecho, Empresa y Ciencias Políticas de la Universidad CEU Cardenal Herrera y la Escuela Internacional de Doctorado CEINDO de la Fundación Universitaria San Pablo CEU.

Como las dos ediciones anteriores, el seminario de filosofía y teoría política es una iniciativa de nuestra línea de investigación “Democracia deliberativa, comunicación y ciudadanía”, en este caso vinculada a nuestros proyectos de investigación “Crisis y relectura del liberalismo en el periodo de entreguerras (1920-1938): los casos de Walter Lippmann y José Ortega y Gasset” (proyecto I+D+i del Mineco FFI2013-42443-R) y “Democracia deliberativa: fundamentos normativos, implementación práctica y autorregulación” (proyecto CEU-UCH: INDI 16/01), iniciativa que ha sido coordinada por Hugo Aznar y Leopoldo García-Ruiz.

El seminario, celebrado el pasado 7 de febrero de 2017, reunió a los miembros de nuestro equipo de investigación junto a investigadores en formación del Programa en Comunicación Social del doctorado de la CEINDO.

En el marco de nuestra investigación sobre la crisis del liberalismo en las décadas de los 20 y los 30 del pasado siglo, el asunto objeto de este seminario fue “La crisis de la opinión pública en los años 20”. Tal y como recogíamos en la convocatoria, en el planteamiento del seminario se vincula el auge de la sociedad y la comunicación de masas a principios del siglo XX con la crisis de la concepción ilustrado-liberal de la democracia, concretamente, del ideal del sujeto/ciudadano agente racional ilustrado y, correlativamente, de la creencia en la existencia de un público informado y capaz de conformar una opinión pública que dirija/controle la acción del gobierno, y ello con la mirada puesta en las lecciones que este momento histórico puede ofrecer para nuestro presente.

La jornada incluyó la presentación de cuatro ponencias a cargo de miembros del equipo, discusión de los trabajos expuestos y, por último, intervenciones de los investigadores en formación.

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Hugo Aznar, en su presentación.

El primero de los ponentes fue Hugo Aznar. En su trabajo titulado “Walter Lippmann: del ideal ilustrado de opinión pública a la ¿realidad? contemporánea”, desarrolló exactamente el tema objeto del seminario: la crisis de la concepción ilustrada de opinión pública, haciendo un recorrido desde los inicios de la modernidad hasta las elecciones estadounidenses de 2016.

El ideal ilustrado de opinión pública se gesta con la Reforma en los inicios de la modernidad, con la creencia en que el uso de la razón conduce a la verdad. Esta creencia, secularizada, da lugar al optimismo ilustrado sobre la libertad de expresión, de la que solo se puede seguir “una luz independiente y pura” (Condorcet, 1795). Expresión política de este ideal serán, por ejemplo, las ideas de Hume (1741), que da por sentado que se va a hacer un buen uso de esta libertad, o Thomas Jefferson (1787), que confía en que el pueblo va a saber discernir entre la verdad y el error. Pero la expresión más clara de esta doctrina liberal serán las ideas sobre la libertad de prensa expuestas por James Mill en la Enciclopedia británica (1819-23). Para Mill padre, la prensa ha de servir para conocer a los candidatos, vigilar su actuación y discutir y juzgar los asuntos públicos (es decir, para la formación de una opinión pública). Y su visión supone la competencia del ciudadano, la máxima participación, la autocorrección del sistema por el conocimiento de los hechos, la racionalidad del proceso, así como la certeza moral de que la gente va a llegar a la verdad.

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Walter Lippmann

Pues bien, estas ideas entran en crisis en los años 20 del siglo XX. El estadounidense Walter Lippmann expone este proceso en sus obras “A test of the news” (1920), Libertad y prensa (1920), Public Opinion (1922), El público fantasma (1925) y “Bryan and the dogma of the majority rule” (1926). Factores de la crisis de la opinión pública serían, en relación con la prensa: la corrupción, el patrioterismo, la manipulación empresarial, la impunidad jurídica y profesional, la falta de preparación de los periodistas, la censura a la que estarían sometidos, la complejidad de los asuntos o la propaganda; en relación con el entorno: factor de una importancia fundamental es esa complejidad señalada (la Great Society) y la distancia de una sociedad “mundializada” (la globalización); y por lo que se refiere al público: su falta de competencia o capacidad (por la distancia y la complejidad), de tiempo y de interés.

Entre la tradición ilustrada de la opinión pública (o el mito) y el realismo crudo de Lippmann, son posibles otras visiones (como la ejemplificada por Dewey), y de esto se ha ocupado Hugo Aznar en otros trabajos sobre el modelo de democracia deliberativa. Sin embargo, como recordaba al final de su ponencia, no es muy halagüeño el presente cuando en las últimas elecciones norteamericanas el público parece que ha hecho más caso de las noticias falsas propagadas en la red que de las noticias “ciertas” (las de la prensa tradicional), y el resultado ha sido el que todos conocemos.

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Leopoldo García, en su presentación.

El segundo ponente fue Leopoldo García Ruiz, con un trabajo titulado “Libertad de expresión y seguridad pública en Estados Unidos: análisis de la Espionage Act de 1917 y de su aplicación inicial”. En su opinión, la crisis de la opinión pública en los Estados Unidos se inaugura con esta “Ley de espionaje”, también conocida como “Ley de sedición”, aprobada por el Congreso de los Estados Unidos en 1917, en el contexto de la Primera Guerra Mundial, y reformada solo un año después, en vista de la Revolución rusa, en un sentido más restrictivo de las libertades de expresión y prensa. En los años iniciales de su aplicación – la ley, objeto de modificaciones posteriores, todavía está vigente –, juzgados y tribunales persiguieron a miles de personas por proferir discursos “desleales” o “sediciosos”.

El análisis de Leopoldo García Ruiz se centró en la interpretación jurisprudencial de esta norma en relación con los problemas que plantea de compatibilidad con la primera enmienda de la Constitución estadounidense, que reconoce las libertades de expresión y prensa como límites de la ley, profundizando en las visiones críticas que surgieron tanto en la jurisprudencia como en la doctrina.

Entre los críticos destacan el juez Billings Learned Hand (1872-1961) y, sobre todo, el profesor de Harvard Zechariah Chafee (1885-1957). Su doctrina sobre la libertad de expresión influirá en los magistrados del Tribunal Supremo Oliver Wendell Holmes (miembro del Tribunal Supremo entre 1902 y 1932) y Louis Brandeis (miembro del Tribunal Supremo entre 1916 y 1939), y le convertirá en el referente por excelencia sobre la libertad de expresión.

Chafee critica sobre todo la reforma de 1918. La ley original todavía se puede interpretar de forma constitucional. Según Chafee, en la interpretación de esta legislación deben rechazarse, de entrada, los extremos: la Bill of rights no puede ser papel mojado, pero no convierte en inconstitucional cualquier limitación de la libertad de expresión. Hay excepciones, y lo difícil es definir el principio en el que se basan esas excepciones.

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Zechariah Chafee

Para la determinación del principio que establezca los límites a la libertad de expresión, Chafee menciona una serie de criterios. En primer lugar, las limitaciones a la primera enmienda deben ser interpretadas de modo restrictivo. En segundo lugar, se debe hacer una ponderación entre los intereses protegidos en conflicto. Y en este sentido, la primera enmienda no solo protege el interés individual de cualquier persona en expresar su opinión, sino también el interés social en la determinación de “la verdad”, que exige la discusión no restringida. El gran inconveniente de las sentencias inicialmente dictadas en aplicación de la ley de espionaje es que ignoran este interés social protegido por la libertad de expresión. Comparan el interés individual en la libertad de expresión con el interés social de la seguridad pública protegido por la legislación. Pero para Chafee, la determinación de los límites de la libertad de expresión debe partir de la ponderación de estos dos intereses sociales: seguridad pública y determinación de la verdad. Por último, el límite a la libertad de expresión se sitúa en la línea en que las palabras dan pie (causación directa) a actos delictivos. Y en las sentencias dictadas inicialmente en aplicación de la ley de espionaje se usaron las doctrinas muy restrictivas de la libertad de expresión de la causación indirecta y la intención implícita.

Según Leopoldo García Ruiz, el progresismo y, con él, el liberalismo, y la propia opinión pública entran en crisis en el contexto de la Primera Guerra Mundial. La visión de Hand, Chafee, Brandeis o Holmes fue claramente minoritaria en esa época. La histeria pesó más que el respeto al Estado de Derecho, y la prensa se contagió de ese ambiente.

Las otras dos ponencias se centraron en la situación española en los años 20 y en proyectos periodísticos vinculados a la figura de José Ortega y Gasset.

Manuel Ménendez Alzamora se ocupó de “La opinión pública ante la Gran Guerra: el caso del semanario España.

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Manuel Menéndez, en su intervención.

El origen de la revista (1915-1924) es la conferencia de Ortega “Vieja y nueva política” (1914). Ortega presenta su ideario de acción política, una política de intervención, de la praxis, que tiene que ir de la mano de un medio de prensa escrito. La revista ha de ser un medio de movilización de la ciudadanía y de regeneración. Luis García Bilbao, que asiste a la conferencia en el Teatro de la Comedia en Madrid, pone el dinero a disposición de Ortega para publicar la revista. Y el 29 de enero de 1915 aparece el primer número. Ortega dirigirá la revista el primer año, y sus colaboradores, que serán identificados como la Generación del 14, forman un equipo heterogéneo: intelectuales de diversos lugares de España, que no son periodistas de profesión, como Manuel Azaña, Luis Araquistáin, Enrique Díez Canedo o Ramón María del Valle Inclán.

La revista nace en un momento que puede ser calificado como la edad de oro de la prensa de masas. A principios de los años 20, la prensa es el medio de masas único. El único medio de propaganda. Ni el cine ni la radio cuentan todavía. Y contribuyen a esta edad de oro las mejoras tecnológicas y la aparición de grandes empresarios de la prensa, como entre nosotros Nicolás María de Urgoiti (si bien, como recordó Cristina Barreiro en su intervención, la situación de España no se puede comparar a la de los Estados Unidos y tampoco a la europea, entre otras razones, por los altos niveles de analfabetismo).

El semanario, finalmente, bregará con problemas como los nacionalismos periféricos o la Primera Guerra Mundial, y no sobrevivirá a la dictadura de Primo de Rivera.

La Primera Guerra Mundial supone un giro para la revista. Tras el primer año de vida, y ante los problemas de financiación, Luis Araquistáin encuentra la posibilidad de subvencionar la revista con dinero inglés. Choca con Ortega, que abandona la revista y deja el campo libre para la negociación con los aliados. Con este “giro aliadófilo”, España ya no será un órgano neutral. Estará al servicio de quien está pagando.

Según Manuel Menéndez, a partir de este momento, la revista España pone en funcionamiento un periodismo político de masas. Y más concretamente (y en esto se centró la presentación de Manuel Menéndez), un periodismo político gráfico de masas,  fundamentalmente de la mano del dibujante Luis Bagaría (“el mejor dibujante de prensa del siglo XX”), que hace de esta revista un órgano de prensa fundamental. Como recordó Manuel Menéndez, son los dibujos de Luis Bagaría los que mueven a los ingleses a prestar su ayuda económica. Si bien fueron muchos y grandes los artistas gráficos que colaboraron en la revista (Ángel Cerezo Vallejo, José Moya del Pino, Federico Ribas, Fernando Marco, Ramón Manchón, José Zamora, Rafael de Penagos, Ricardo García “K-Hito” o Feliu Elias “Apa”), contribuyendo a la edad de oro de la ilustración española, entre todos ellos destaca la figura del barcelonés Luís Bagaría (1882-1940).

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Cristina Barreiro, en su intervención.

Por lo que respecta a la ponencia de Cristina Barreiro (“La influencia de Ortega y Gasset en la prensa española de los años 20”), analizó, en primer lugar, la situación sociopolítica y de la prensa española en los años 20. En este momento se produce un cambio en la idea del periodismo: del periódico de partido a la empresa periodística. Tiene lugar asimismo la consolidación de la prensa de provincias, y toma peso la prensa cultural, de la que son buenos ejemplos las empresas orteguianas España y la Revista de Occidente. Por último, la prensa ha de bregar con la censura que, según Cristina Barreiro, fue muy arbitraria, al menos en el caso de la prensa de Madrid, y que se va a ejercer con más firmeza en las provincias que en la capital.

En segundo lugar, la ponencia desarrolló la estrecha vinculación de Ortega con el periodismo, desde el periódico familiar El Imparcial, vinculado a una línea liberal-conservadora (monárquica), donde Ortega madura como periodista, hasta el periódico de Ortega y Urgoiti El Sol (1917-1936), que nace con la voluntad de ser un diario diferente, crítico de la Restauración, donde Ortega escribe más editoriales, cuenta con colaboradores de primer nivel, y que se convierte en el órgano de la burguesía intelectual.

Se refirió también al juicio que de Ortega se hace en la prensa. Muchos le van a tachar de ser un pensador un tanto frívolo, también inconexo, que escribe mal. Son muchos los que le critican, desde El Debate o el ABC y, así, “la imagen de un Ortega todopoderoso, seguido, se nos cae”.

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De izda. a dcha.: Leopoldo García, Elvira Alonso, Hugo Aznar y Manuel Menéndez.

Por último, examinó la evolución del pensamiento de Ortega en la década de los 20, que pasaría por tres etapas. Comienza la década distanciado de la política. Es cuando pone en marcha la Revista de Occidente, y manifestación de este distanciamiento sería su tibieza ante el golpe de Primo de Rivera. La segunda etapa coincide con el Directorio civil. Vuelve la implicación política de Ortega, que comienza a esbozar un “nuevo liberalismo”. En esta línea, comenzada en 1926, publica una serie de artículos sobre ideas políticas y se opone claramente a la dictadura. La última etapa tiene lugar desde el regreso de su viaje a América, en el año 1929, y hasta el final de la dictadura. Es un momento de ebullición republicana. Renuncia a su cátedra, como muchos otros. Imparte su curso ¿Qué es filosofía?, que debe entenderse como parte de la movilización contra la dictadura. Y hace un llamamiento a los intelectuales para contribuir a la movilización nacional. Escribe sobre la necesidad de España de reformular el Estado. Comienza la publicación de La rebelión de las masas y rompe con El Sol, con su famoso “delenda est monarchia” (1930). En adelante se convierte en símbolo de movilización, y su pluma se hace más combativa. Es un elemento importante de los que derivan en el cambio de régimen.

Con esto acabamos el relato del seminario dedicado a la crisis de la opinión pública en los años 20, en el marco de nuestra investigación sobre la crisis del liberalismo en los años 20 y 30 del siglo XX. Las ideas que hemos recogido dan fe del interés que tuvo la jornada, intensa y muy atractiva.

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