Evil Screens. Valores sociales y medios de comunicación

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de la Rubia Guijarro, José Antonio (2015): Evil Screens. Valores sociales y medios de comunicación. Granada: Mosto Ediciones. 374 págs. (ISBN 978-84-606-7572-3)

Evil Screens es un libro que no deja indiferente. Escrito por de la Rubia Guijarro, doctor en Filosofía por la U. de Valencia, el libro hace un extenso, prolijo y muy bien documentado (por sus muchas lecturas y referencias académicas, pero también por su gran acopio de imágenes y casos sacados del día a día de los medios, de la cultura popular) recorrido por algunas de las polémicas más frecuentes en relación al papel de los medios en nuestra sociedad. En el libro se repasan temas como las crisis de valores (cap. I), el lenguaje del terrorismo y la cuestión de las víctimas (caps. II y III), la polémica del velo islámico (cap. IV) y la civilización del espectáculo (cap. VI).

A lo largo de sus páginas desgranan todos estos temas con un tono crítico, que cuestiona las etiquetas fáciles habituales, que a menudo se convierten en recurso fácil para el moralismo que denuncia y que en el fondo pretende reforzar  a quien lo esgrime. Así, siempre ha habido crisis de valores o cultura del espectáculo, o males –sucesos– similares a los que el discurso televisivo de hoy convierte en signos sintomáticos de nuestro tiempo.

De especial densidad son los dos últimos capítulos. En el primero, dedicado a la telebasura, el autor repasa temas como la ideología del divertirse hasta morir que denunció Neil Postman en su obra de referencia sobre la cultura audiovisual [Neil Postman (1991): Divertirse hasta morir. El discurso público en la era del “show business”. Barcelona, Ediciones de la Tempestad]; o la cultura del miedo mediático como fuente de poder, que tan bien diseccionó entre nosotros Enrique Gil Calvo en su obra sobre el tratamiento mediático de las catástrofes [Enrique Gil Calvo (2003): El miedo es el mensaje. Riesgo, incertidumbre y medios de comunicación, Madrid, Alianza].

Y el último sobre la opinión pública, donde también concurren los nombres clásicos de este debate: Sartori, Ortega, Habermas, Noelle-Neumann, etc. De particular interés nos parecen el extenso y detallado repaso que el autor hace de la aportación de Lippmann, tanto en su debate con otros autores de su tiempo, como Santayana, como con otros posteriores, como Chomsky. Son un buen número de páginas (334-362) que recalcan la importancia que las reflexiones de Lippmann siguen teniendo un siglo después de publicadas, por mucho que sea un autor que suele conocerse a través de las valoraciones que otros han hecho de sus ideas –particularmente las del propio Chomsky– y no directamente. Quienes lo hagan, como se hace en estas páginas, encontrarán aportaciones cuyo debate sigue estando lleno de sentido y siendo productivo, siempre que se dejen de lado los reduccionismos ideológicos y se vea lo que verdaderamente fue la obra de Lippmann: una respuesta a los retos de la complejidad contemporánea, algo con lo que seguimos conviviendo y cuya obra nos ayuda a entender mejor.

El autor adopta en su obra un tono crítico, iconoclasta, humorístico en muchas ocasiones y no pocas veces cínico (filosóficamente cínico); y siempre, eso sí, reacio a sucumbir a las tesis y las etiquetas fáciles (del tipo todo es basura en televisión, todo es espectáculo, todo está en crisis, etc.). Sus páginas resultan así muy útiles para desmontar tópicos al uso. Pero en cambio, servirán menos a quienes busquen o prefieran conclusiones y certezas más firmes. El propio autor nos advierte al respecto cuando reconoce que no aporta tesis concluyentes y que ni siquiera está seguro de no cometer los mismos errores que denuncian sus páginas (p. 73): un honesto ejercicio de autocrítica a años luz de la soberbia opinativa que el autor denuncia como uno de los rasgos más característicos y contraproducentes de nuestro presente.

Quizás esta crítica intempestiva pueda ir asentándose con una mayor madurez meditativa del autor, y asistamos con el tiempo a un destilado crítico también más orientativo, más ordenado en sus planteamientos y posibles conclusiones.  Algo que, a nuestro juicio, podría hacerlos más útiles para ayudar a sus estudiantes y a sus lectores a desmontar esa dimensión de caverna de sombras platónica que tienen hoy los medios (junto a otras). Pero también es posible (y legítimo) que el autor prefiera permanecer en el desmontaje sofístico (en el buen sentido de este modo de hacer crítica) de lo establecido en el discurso en torno a los medios, sin pretender asentar sus conclusiones definitivas.

Ver VÍDEO de la presentación del libro.

Hugo Aznar

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