Post escrito por Eva Jiménez Gómez (doctora en Comunicación especializada en Ética periodística)
Hoy os presentamos el libro Ineptocracia naranja. Debacle de Ciudadanos y patología política española (Última línea, 2020), escrito por Antonio Linde (Torredonjimeno, Jaén, 1958), excatedrático de Filosofía en Educación Secundaria y Bachillerato, doctor en Ética de la Comunicación y exmilitante y exconcejal de Ciudadanos en Torremolinos.
El libro de Antonio Linde cuenta con numerosos atractivos. La experiencia práctica y el bagaje teórico del autor permiten conocer las principales problemáticas del partido naranja desde dentro, pero también reflexionar sobre los vicios de la política española en general. Algunos de ellos son el hiperliderazgo, la falta de democracia interna, la ausencia de meritocracia, la escasa formación de sus miembros o la nula rendición de cuentas.
La solución pasa, según el autor, por elevar el nivel educativo y cultural de la ciudadanía, algo que también considera complicado ante la incapacidad de nuestros gobernantes para alcanzar un pacto estatal por la educación.
En definitiva, Ineptocracia naranja es un regalo para quienes aman la honestidad –quién osaría hablar de verdad en un mundo de Fake News– y ansían una ciudadanía más consciente, una clase política más responsable y, en definitiva, un país mejor.
¿Qué es lo que lleva a un catedrático de Filosofía en Educación Secundaria y Bachillerato a meterse en política?
Siempre me ha interesado la política, que ha estado muy relacionada con mi formación y mi trabajo. La Filosofía práctica, desde la civilización griega hasta hoy, ha reflexionado sobre la política. La enseñanza de autores como Platón, Hegel, Marx, Rawls, o de problemas de justicia o de derechos, me llevaba a discutir a menudo con los estudiantes los grandes problemas de la sociedad de ahora y de siempre, e intentaba poner mi grano de arena para que fueran ciudadanos analíticos, críticos y no fueran carne de manipulación.
Otra cosa es participar profesionalmente de la política. Tuve que tomar mucha carrerilla en forma de preocupación e incluso indignación previa para dar ese paso. Me afilié primero a UPyD y después a Ciudadanos, movido por el deseo de aportar mi experiencia en partidos que percibía en aquellos momentos como modernos, ilustrados y regeneracionistas. En fin, después de todo lo que ha llovido, me suena muy ingenuo.
¿En qué momento descubre que la política no es el arte de gobernar en pro del bien común?
Lamentablemente, la política está hoy mucho más cerca de la ingeniosa definición que hacía Voltaire de la misma: “La política no es más que la posibilidad ofrecida a gente sin escrúpulo de oprimir a gente sin memoria”. Una pena.
No hay un momento en particular. Lo vas viendo poco a poco. Hay momentos en que dudas y dices lo dejo, pero se impone la esperanza de que las cosas cambien a mejor, hasta que finalmente te das cuenta de que te vas a quemar en el intento y no vas a conseguir nada.
Últimamente pienso que Ciudadanos ha sido algo así como el Chernobyl de los partidos políticos, porque ha sido un partido tóxico internamente, donde no había libertad ni autonomía. Un partido con el virus del hiperliderazgo. También lo digo porque sus propios jefes y cargos orgánicos han desactivado las alarmas, los controles de seguridad, los detectores de averías o de accidentes. Lo hicieron cuando rechazaron y expulsaron del partido la autocrítica, el análisis de los errores, la pluralidad, el derecho a pensar y a discrepar, y postergaron a las personas más creativas. Así, cuando las cosas se hacían mal, no había nadie que pudiera advertirlo.
¿Cuáles cree que han sido los errores o vicios más graves de Ciudadanos?
Aparte de sus muchos errores tácticos, que convirtieron a Ciudadanos en el partido veleta, hay un error original en el partido naranja, que fue el de descabezarse ideológicamente cuando arrumbaron a sus intelectuales, que al principio eran muchos y muy cualificados. Pero el mayor error troncal de Ciudadanos fue que Rivera y sus hombres de confianza optaron por una estrategia centralista, jerárquica y autoritaria para tener el control total del partido. Hacia abajo, atomizaron el partido, es decir, obstaculizaron la comunicación entre afiliados, agrupaciones, zonas. Las lealtades personales se premiaron por encima del mérito. En lugar de reforzar la base, captar talento, apostar por el municipalismo, lo que hizo la dirección nacional fue poner la línea de mando intermedia del partido en manos de gente mediocre. Una combinación nefasta.
¿Cree que el partido naranja puede renacer de sus cenizas? En caso afirmativo, ¿con qué condiciones?
La ciudadanía es muy emocional. Como escribió el sociólogo Lipovetsky, vivimos en una sociedad “psi”. La gente responde en masa a la última emoción. Por eso, es posible que la gente olvide una mala gestión de años y en los últimos días se incline por uno u otro partido por algo irrelevante pero que afecta a la fibra sentimental. Ciudadanos, como cualquier otro partido, puede beneficiarse de ello.
Otra razón para que la gente vuelva a Ciudadanos es que el lugar del centro no está claramente ocupado por nadie y ahí hay muchos votantes. Además, las opciones que se ofrecen al electorado son en general tan malas que cualquiera puede renacer o cualquiera puede hundirse. Lo hemos visto en la gestión de la crisis del coronavirus. ¿Quién merece la confianza de que le demos nuestro voto?
De momento las señales que da Arrimadas y su equipo (en el que, por cierto, están muchos de los que estaban antes) es que habrá más de lo mismo, más continuismo, más hiperliderazgo… y a esperar que el cadáver de tu contrincante pase por delante de tu puerta. Es lo que por desgracia hacen casi todos los partidos. En España no suele gobernarse por méritos propios sino por desgaste y demérito del que estaba.
¿En qué medida el caso de Ciudadanos es extrapolable al resto de la política española?
En gran medida, sin duda. La crisis del coronavirus ha sido como una especie de banco de pruebas o examen de estrés que, naturalmente, la maquinaria ineptocrática de la política ha suspendido. Los políticos, especialmente los que tienen responsabilidad de gobierno, no han estado a la altura de la ciudadanía o de los profesionales.
Si mi libro lo hubiera escrito ahora creo que no lo hubiera llamado Ineptocracia Naranja. Hubiera preferido algo así como Ineptocracia política española o Ineptocracia a todo color. En todos los partidos hay una carencia escandalosa de democracia interna que solo permite que medren los palmeros e ineptos que quieren hacer de la política su modus vivendi. Luego se han puesto a las sombra de aquellos que deciden las listas cerradas para alcanzar cargos orgánicos e institucionales y vivir de ellos, si pueden, el resto de sus vidas. Penoso. Como no saben de casi nada, se limitan a repetir como loros los argumentarios que les pasan desde el área de comunicación y marketing del partido.
¿Por qué ha escrito Ineptocracia naranja. Debacle de Ciudadanos y patología política española? ¿Venganza o catarsis?
Lo que tengo claro es que no ha sido por venganza. En realidad, mi calidad de vida mejoró desde que dejé la política profesional, porque la vida del político es una vida de perros, un sinvivir como ya vieron los filósofos epicúreos. Digo en las primeras páginas del libro que mi objetivo ha sido contribuir a que la ciudadanía tome conciencia de los males que afectan a los partidos por dentro y exija cambios que hagan posible una mayor democratización interna. No sé si es catártico, pero desde luego no es un objetivo vindicativo.
Efectivamente, el libro comienza con un llamamiento a la ciudadanía y finaliza con una propuesta de reforma de la educación, pero no parece muy optimista.
Creo que el ejercicio de la libertad, así como el progreso de la ciencia, la cultura y la educación, tienen un gran potencial transformador, pero soy pesimista respecto al panorama en España. Me parece fundamental la exigencia de una ciudadanía formada y comprometida que fiscalice la tarea de los políticos y exija democracia interna en los partidos. Pero para eso necesitamos una educación de calidad.
El problema es que nuestros políticos y sus partidos no sólo no nos llevan en la buena dirección, sino que están estorbando todo el tiempo, por mucho que se llenen la boca de loas hacia la educación. La realidad está ahí: si no recuerdo mal ha habido hasta siete leyes educativas distintas en España desde 1985. ¿Qué está indicando esto? Muy sencillo, que la educación es para los políticos solo un instrumento de lucha ideológica.
Por tanto, creo que la solución vendría por presionar a los políticos para que cedan parte de ese control sobre la educación a la sociedad, a los profesionales y a los expertos en educación. Así de sencillo y así de difícil.
¿Qué consejo daría a las personas y sobre todo a los jóvenes que aspiran a dedicarse a la política?
A los jóvenes les aconsejo que se formen todo lo que puedan y que participen en la vida política como ciudadanos críticos. Necesitamos líderes comprometidos y formados, pero no le voy a aconsejar a nadie que se meta en el lodazal político actual si no es para intentar cambiarlo lo antes posible. Ahí la pujanza y la apertura de la juventud puede ser un gran valor. Pero la mayoría de los jóvenes que hoy se implican en la política profesional no tiene ese perfil.