Estamos inmersos en una carrera contrarreloj para vencer o al menos controlar esta pandemia que está sumiendo al mundo en un caos económico, social y sanitario sin precedentes.
Se trata de una enfermedad emergente en la cual el sistema sanitario va conociendo las secuelas conforme se van presentando. No se trata sólo de superar las temidas complicaciones respiratorias y evitar el ingreso en UCI, que muchas veces tienen un desenlace fatal. Además existen secuelas que, por afectación directa o no del SARS-CoV-2, han transformado la vida de aquellos que contrajeron el virus y superaron la enfermedad. En algunos casos puede aparecer cefalea crónica, pérdida de memoria, fibrosis pulmonar y sensación de falta de aire ( disnea), problemas de coagulación que podrían ocasionar un ictus, problemas cardiacos como la miocarditis.
Pero de lo que se habla muy poco es de la afectación psicológica y emocional de los profesionales que atienden a los pacientes con Covid. El miedo al contagio, la presión asistencial, los equipos de protección con los que se ven obligados a trabajar… están desembocando en estrés, trastornos del sueño y síntomas depresivos entre otros. A esto hay que sumarle la fatiga por compasión que muchos profesionales pueden desarrollar al atender a pacientes que sufren esta enfermedad solos y aislados de sus familiares.
Muchos profesionales se han visto obligados a cambiar su puesto de trabajo (debido al cierre de servicios y cancelación de todo lo que no fuera urgente) para reforzar la plantilla que atiende a pacientes Covid. La falta de formación en una nueva área de trabajo también es un factor de estrés añadido.
Desde aquí todo mi apoyo y reconocimiento a mis compañeros/as, que están en primera línea realizando un trabajo excelente.