El evangelio de este domingo nos muestra, a través de los hijos de Zebedeo, la comprensión del poder que hace Jesús frente a la que hace el mundo. Los discípulos, que siguen al Maestro, todavía tienen que aprender cómo se ejerce el poder desde Dios, aunque por el momento siguen pensando en términos mundanos.

Así, Santiago y Juan piden a Jesús sentarse uno a su derecha y otro a su izquierda. Esto tiene una sencilla explicación: si en Jesús, al que Pedro reconoció como Mesías, se muestra el poder, en la medida en que estén cerca del primero, ejercerán parte de su poder. Sin embargo, esta no es la concepción del poder que vive Jesús ni que Él transmite a sus discípulos. El poder del que Jesús habla es el poder de la entrega, que rompe los esquemas de poder del mundo de manera radical. El mundo ejerce el poder para la autoconservación, mientras que el poder de Dios es el de la donación radical, que en Cristo se manifiesta como entrega total.

El mundo ejerce el poder para la autoconservación, mientras que el poder de dios es el de la donación radical, que en cristo se manifiesta como entrega total

La entrega es el modo en que Dios ha querido salvar al ser humano, a través de una donación de sí mismo en su Hijo. Cristo vive una entrega creciente y constante por nosotros, que culmina en la cruz. Sin embargo, esa entrega genera unos frutos, el primero de los cuales es la Resurrección, y del que nacen otros muchos. En este sentido, la llamada que hace Jesús a sus discípulos es a una entrega generosa de la vida, que a pesar de que a veces se puede quedar corta, viene animada por la acción del Espíritu Santo en sus vidas.

Por eso, pidamos al Señor que nos enseñe a ejercer el poder a su manera, y no a la manera del mundo. Que a través de la entrega, descubramos el sentido del seguimiento de Jesús.

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