Domingo IV del Tiempo Ordinario (Ciclo B)

Hoy contemplamos cómo el Señor enseña en la sinagoga y libera a un hombre de un espíritu inmundo, y la conexión entre ambas acciones, además del lugar, es el cómo Jesús hace ambas cosas: con autoridad.

Esto lo vemos claro en las palabras que Jesús dirige a este espíritu, en las que, ante lo que dice, Jesús solamente le dice: “cállate y sal de él”. Estas palabras son suficientes para que el espíritu inmundo deje de atormentar a este hombre. Pero, además, nos dice el evangelio que la gente estaba asombrada porque Jesús enseñaba en la sinagoga con autoridad.

La autoridad se manifiesta en las palabras y las obras de Jesús, porque entre ambas hay una armonía. Jesús tiene autoridad porque sus obras reflejan lo que dicen sus palabras, y sus palabras están llenas de sentido, porque transmiten y reproducen el sentido de la Sagrada Escritura. Y, además, lo que dice Jesús en palabras se traduce en hechos, por lo que Jesús se hace digno de confianza.

Estamos llamados a compartir esta autoridad de Jesús

Nosotros estamos llamados a compartir esta autoridad de Jesús, no como algo ajeno a nosotros, como algo superficial, sino como algo propio, que nace de aquello que vivimos y creemos. La autoridad de Jesús es manifestación de que el Espíritu Santo habita en Él, y nosotros también hemos recibido ese Espíritu.

Pidamos al Señor que nos enseñe a vivir esta autoridad, a mostrar a los demás el testimonio de que somos amados por Él en nuestras obras y en nuestras palabras, de manera que seamos reflejo del Dios del amor y de la misericordia.

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