El domingo segundo después de Navidad parece que pasa desapercibido, en tanto que no tiene una temática propia como el domingo de la Sagrada Familia, ni el carácter de las grandes solemnidades de estos días. Sin embargo, no olvidemos que el domingo contiene en sí todo lo que necesitamos para nuestra plenitud. Cada domingo celebramos que Cristo ha resucitado, y nos ha dado su vida para que tengamos vida y creamos que Él es el Camino que nos conduce al Padre.

Desde este prisma, este domingo escuchamos  el prólogo del evangelio de San Juan. Este evangelio siempre es una invitación a profundizar en el misterio de la encarnación. Si la encarnación es la manifestación de la gloria de Dios, esta manifestación va unida a dos realidades: gracia y verdad. Jesús está lleno de gracia y de verdad, como nos recuerda el versículo 14 del primer capítulo del evangelio según san Juan.

De un lado, la Verdad que emerge entre las verdades, bien por ser incompletas o por no ser tan importantes, se encuentra unida a la Sabiduría de Dios que viene a nuestra vida y nos muestra cuál es nuestra verdad: somos hijos en el Hijo, y el Espíritu Santo lo grita en nuestros corazones. De otro, la gracia brota del acontecimiento de la resurrección y viene a llenar nuestras vidas para elevarnos hacia Dios, restableciendo la comunicación con Él. La gracia eleva nuestra naturaleza, y restablece la relación de amistad con Dios que, por el pecado, habíamos perdido.

Si la encarnación es la manifestación de la gloria de Dios, esta manifestación va unida a dos realidades: gracia y verdad.

Así, gracia y verdad están presentes en el acontecimiento del Nacimiento de Jesús, en el pesebre, en la sencillez de Belén, ocultas y al mismo tiempo manifiestas. Aunque no resulte comprensible ni lógico a los ojos del mundo, Dios ha querido manifestar la gracia y la verdad en el niño Dios, que ha puesto su morada en medio de nosotros. Si esto es así, también nosotros necesitamos recordar que, en tanto que seguidores de Cristo, estamos llamados a descubrir, en nuestras vidas, la gracias y la verdad que recibimos de Dios. Puede que en algunos momentos, estas realidades pasen desapercibidas. Sin embargo, ambas realidades vienen a nuestro encuentro para hacernos crecer en el Amor.

Que el tiempo de Navidad nos ayude a agradecer el derroche de amor que Dios tiene con nosotros, y que quiere llenarnos de gracia y de verdad, puesto que «de su plenitud, todos hemos recibido gracia tras gracia»(Jn 1,16).

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí