En nuestro A qué esperas del cuarto domingo de adviento, nos damos cuenta de que cambia un poco el tono de las lecturas, porque ya es el último domingo antes de la fiesta de Navidad. Y eso es así porque, para celebrar la Navidad, hay una nota de la esperanza cristiana que no se nos debe escapar: la esperanza cristiana tiene, en su fundamento, el cumplimiento de las promesas de Dios.

Nuestra esperanza no es una esperanza ciega, que no sabe lo que va a venir o que solamente se basa en el deseo del corazón. La esperanza cristiana se basa en que Dios se ha hecho cercano a nosotros, y se ha hecho cercano en la encarnación su Hijo. Como nos recuerda la segunda lectura de Hebreos, estamos llamados todos a la santidad, porque en la encarnación del Hijo de Dios, según la voluntad del Padre, somos capacitados para ser amigos de Dios, y poder acercarnos Él.

«La esperanza cristiana se basa en que dios se ha hecho cercano a nosotros, y se ha hecho cercano en la encarnación de su hijo»

Así, sabiendo que nuestra esperanza se basa en esta certeza que nos da la fe, tenemos como Madre y Maestra a María, que, en el evangelio, visita a su prima santa Isabel, siendo portadora del cumplimiento de las promesas de Dios a Israel en Cristo. De ahí la alegría de Isabel, de saber que quien le visita es aquella que le lleva a estar en la presencia de Dios.

Cada uno de nosotros estamos llamados a reconocer que Dios ya ha cumplido sus promesas, y que de la misma manera que las ha cumplido para con el mundo, también podemos dejar en su mano todas las cosas que nos preocupan y que anhelamos, porque son las mejores manos en las que pueden estar.

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Para acabar el adviento

Cuántas veces nos afanamos por las cosas que ocupan nuestra vida, y todo lo importante se convierte en urgente, y pensamos que nos han cambiado el nombre y hemos pasado a ser “D. Preciso”… Realmente, cuando nos paramos a pensar en aquello que anhela nuestro corazón, nos damos cuenta de que todo lo que estimamos como importante no lo tenemos tan controlado como, quizá, nos gustaría. La fragilidad de la vida, la inestabilidad de las circunstancias… hacen que, muchas veces, nuestro mundo se pueda tambalear.

Y, en medio de tanta fragilidad, ahí está la Roca que es Cristo, que nos muestra el camino para llegar al Padre. El tiempo de adviento, tiempo en el que dejamos que se ordene nuestra esperanza, es un tiempo para descubrir de qué manera, todo aquello que nos importa, realmente está en las manos de Dios y se ordena según su voluntad. Cuando somos conscientes de ello, vivimos una experiencia liberadora, porque vemos que Dios tiene todo que decir en nuestra vida, y que realmente no somos tan dueños de todo como pensamos, sino que nos sabemos en las manos de un Dios que es Amor, que se hace pequeño como nosotros y frágil, en su Hijo, para que nunca nos sintamos solos e incomprendidos.

Lo único que tienes que hacer es CONFIAR. Confiar todo aquello que eres, que tienes y esperas, a las manos de Dios, que son las mejores manos en que pueden estar. Es difícil, da vértigo, pero cuando lo hace, tu corazón siente que has hecho lo que necesitabas. Por eso, te invito a que, aquellas cosas a las que les has puesto nombre y has identificado hoy y en este adviento como necesarias en tu vida, las pongas en las manos de Dios, para que sea Él quien, con su venida, las vaya ordenando según su voluntad. Y tú ¿a qué esperas?

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