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Con la fiesta del Bautismo del Señor acabamos el tiempo de Navidad, y comenzamos el tiempo ordinario, en el que estamos llamados a dar fruto a través del seguimiento de Cristo. En el tiempo ordinario es donde vamos forjando nuestro carácter y donde afianzamos nuestra vida cristiana Así, llegamos al tiempo ordinario desde el Bautismo del Señor, que es una oportunidad para renovar en nosotros la gracia del Bautismo.

Este domingo centramos nuestra mirada en el Bautismo de Jesús. En el momento en el que Jesús recibe el Bautismo, quienes están allí pueden escuchar la voz del Padre en la acción del Espíritu Santo, que proclama: «¡Tú eres mi Hijo amado; en Ti me complazco!» Así, Dios, en sus tres personas divinas, se muestra como Amor, a través de la acción del Padre, amando al Hijo en el Espíritu Santo. Esta manifestación de Dios, esta Epifanía, pone de manifiesto que Dios se nos muestra para que podamos conocerlo y crecer en su amor.

Escuchar estas palabras, nos lleva a reconocer en Jesús a Aquél en el que nosotros también somos Hijos de Dios y recibimos la filiación divina por el Espíritu. De la misma manera que, en el bautismo de Jesús se abre el cielo y el Padre proclama que Jesús es su Hijo amado, cuando nosotros recibimos el bautismo, también se abrió el cielo para nosotros, para que comenzáramos a tomar conciencia de que somos hijos en el Hijo, por la acción del Espíritu Santo. Por eso podemos decir que el Bautismo es nuestra «puerta al cielo», porque una vez lo recibimos, nos ponemos en camino para ser amigos de Dios, y reconocernos como hijos suyos en la acción del Espíritu Santo.

El Bautismo es nuestra «puerta al cielo», porque una vez lo recibimos, nos ponemos en camino para ser amigos de Dios, y reconocernos como hijos suyos en la acción del espíritu santo

Que el Señor renueve en todos sus hijos la gracia del Bautismo, que nos dejemos llenar por su Espíritu y seamos cada día más amigos suyos. Así, en la medida en que tomemos conciencia de que somos hijos en el Hijo, estaremos más preparados vivir nuestro día a día llenos de la presencia del amor de Dios en nuestras vidas.

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