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En este domingo, primero que celebramos del tiempo ordinario, escuchamos en el evangelio una epifanía, una manifestación de quién es Jesús, a través del evangelio en el que Jesús salva la boda, convirtiendo el agua en vino.

Icono de las Bodas de Canà

Este evangelio nos sitúa ante el primero de los signos de Jesús, que empiezan a manifestarnos su gloria, quién es Él verdaderamente. Y es verdad que es un momento singular, porque está Jesús, están sus discípulos, está María… pero hay unas personas que, en principio, no llegan vinculados a Jesús, y sin embargo son clave para que Jesús se manifieste a los invitados a la boda: los sirvientes. Los sirvientes son quienes reciben de María la invitación a hacer lo que Jesús dice, son quienes reciben las instrucciones de Jesús y quienes llenan las tinajas de agua para que se conviertan en vino. Es verdad que Jesús podría haber hecho las cosas de muchas maneras, pero quiere servirse de estos sirvientes para hacer su obra y manifestar la gloria de Dios.

Hoy Jesús sigue fiándose de sus «sirvientes», que somo aquellos que queremos estar a su servicio y seguirlo de cerca.

Hoy Jesús sigue fiándose de sus «sirvientes», que somos aquellos que queremos estar a su servicio y queremos seguirlo de cerca. Ser cristiano es seguir a Jesús. Y ser discípulo suyo para crecer en la amistad con Dios. Este es un camino que comenzamos con el bautismo, y que dura toda nuestra vida. Y es que, seguir a Jesús significa eso: servir. Todos podemos servir, porque para Dios todos somos importantes, y cada uno a su manera, en la diversidad de dones de los que nos habla San Pablo en la segunda lectura. TODOS estamos llamados a manifestar el amor de Dios: en la acción, en la oración, en la enseñanza, en la asistencia a los necesitados, en nuestro trabajo… Que, como los sirvientes de la boda, manifestemos el amor de Dios a los demás.

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