Cada hombre tiene un encuentro personal con el Señor. Un encuentro verdadero, concreto, que puede cambiar radicalmente la vita. El secreto no está sólo en darse cuenta de ello, sino también en nunca perder la memoria del mismo, para conservar su frescura y belleza. Lo afirmó el Papa en la misa que celebró el viernes 24 de abril, por la mañana, en la capilla de Santa Marta. Con alguna «tarea para hacer en casa» y dos sugerencia prácticas: rezar para pedir la gracia de recordar y luego releer el Evangelio para reflejarse en los numerosos encuentros de Jesús.

El Papa Francisco afirmó que en la Biblia hay muchos encuentros. Y también en el Evangelio. Y son todos distintos entre sí. Verdaderamente cada uno tiene su encuentro con Jesús. El Papa pidió que pensaramos, «en los primeros discípulos que seguían a Jesús y permanecieron con Él toda la tarde —Juan y Andrés, el primer encuentro— y fueron felices por esto». En tal medida que «Andrés fue al encuentro de su hermano Pedro —se llamaba Simón en ese tiempo— y le dijo: “Hemos encontrado al Mesías”». Es «otro encuentro entusiasta, feliz, y condujo a Pedro hacia Jesús». Siguió, luego, «el encuentro de Pedro con Jesús» que «fijó su mirada en él». Y Jesús le dijo: «Tú eres Simón, hijo de Juan. Te llamarás Cefas», «es decir piedra»

Además resumió el Pontífice, «podemos hallar muchos encuentros en la Biblia, porque el Señor nos busca para tener un encuentro con nosotros y cada uno de nosotros tiene su propio encuentro con Jesús» . Quizá, destacó el Pontífice, «lo olvidamos, perdemos la memoria hasta el punto de preguntarnos: Pero ¿cuándo yo me encontré con Jesús o cuándo Jesús me encontró?». Seguramente, precisó el Papa Francisco, Jesús «te encontró el día de tu Bautismo: eso es verdad, eras niño». Y con el Bautismo, añadió, «te ha justificado y te ha hecho parte de su pueblo».

 

El Papa afirmó que: «Todos nosotros hemos tenido en nuestra vida algún encuentro con Él, un encuentro verdadero en el que se siente que Jesús nos mira. No es una experiencia sólo para santos. Y si no recordamos, será bonito hacer un poco de memoria y pedir al Señor que nos dé la memoria, porque Él se acuerda, Él recuerda el encuentro«.

El Papa Francisco sugirió «buena tarea para hacer en casa», que sería precisamente volver a pensar cuando sentimos verdaderamente al Señor cerca de nosotros.

Nuestra fe, de hecho, es un encuentro con Jesús. Precisamente este es el fundamento de la fe: he encontrado a Jesús como Saúl tal y como lo relata el pasaje de los Hechos de los apóstoles propuesto por la liturgia.

Y así, prosiguió el Papa Francisco, si uno se dice a sí mismo «no me acuerdo del encuentro con el Señor, es oportuno que pida la gracia: Señor, ¿cuándo fui consciente de encontrarte? ¿Cuándo me dijiste algo que cambió mi vida o me invitaste a dar aquel paso hacia adelante en la vida?». Y, recomendó el Papa, «esta es una bonita oración, hacedla cada día. Y cuando después te acuerdes, regocíjate en ese recuerdo que es un recuerdo de amor«.

Otra bonita tarea, sería tomar los Evangelios y releer las muchas historias que hay para ver como Jesús encuentra a la gente, como elige a los apóstoles. Y darse cuenta, quizá, de que alguno de los encuentros se asemeja al mío, porque cada uno tiene su propio encuentro.

Resumiendo, hay  dos sugerencias prácticas y concretas del Papa, que nos harán bien.

  • PRIMERA: rezar y pedir la gracia de la memoria y preguntarnos: ¿Cuándo, Señor, fue ese encuentro, ese primer amor?. Para no escuchar el reproche que el Señor hace en el Apocalipsis: Pero tengo contra ti que has abandonado tu amor primero.
  • SEGUNDA: tomar el Evangelio y ver los numerosos encuentros de Jesús con muchas personas diversas. Resulta evidente, explicó, que «el Señor quiere encontrarnos, quiere que la relación con nosotros sea cara a cara». Seguramente «en nuestra vida hubo un encuentro fuerte que nos guió a cambiar un poco la vida y a ser mejores».

Precisamente la celebración eucarística, concluyó el Pontífice, es «otro encuentro con Jesús, para realizar lo que hemos escuchado» en el Evangelio (Juan 6, 52-59): «El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él». Sí, precisamente para permanecer así «en el Señor, vamos ahora hacia este encuentro cotidiano».

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