Ser feliz es una necesidad inscrita en el corazón del ser humano. Esta necesidad ha sido explorada a lo largo de la historia desde distintos ámbitos del pensamiento, con multiplicidad de respuestas: el hombre es una pasión inútil, nuestro fin es la eudaimonia… sin embargo, no toda respuesta es satisfactoria. Ahora bien, Jesús nos da una respuesta única, que hoy nos es dada en las lecturas de la Palabra de Dios.
Hoy Jesús insiste en la palabra «bienaventurados». La bienaventuranza es una promesa, las felicidad plena que colma el corazón del hombre. Como dice el Papa Francisco, las bienaventuranzas son una propuesta para la santidad, para la amistad con Dios. Y es aquí donde está la clave: ser feliz pasa por crecer en la amistad con Dios. Ahora bien, las bienaventuranzas rompen con nuestra lógica, porque Jesús habla de una felicidad nueva que nos va a mostrar con su vida.
Jesús habla de bienaventuranza en las lágrimas, en la misericordia, e incluso en la persecución… ¿cómo se puede ser feliz en circunstancias de sufrimiento? Quizá sea importante centrarnos en esto de la felicidad que propone Jesús. Lo cierto es que la felicidad no se identifica con la alegría o la tristeza simplemente. La felicidad es un camino, con un sentido, que colma nuestra vida a pesar de las incomprensiones o las dificultades. Si pensamos que ser feliz es estar a gusto siempre, nos vamos a frustrar. Ahora bien, la bienaventuranza que Jesús nos propone comienza aquí, pero no acaba aquí. Nuestra recompensa será grande en el cielo. Se trata de confiar en que seguir a Jesús, escucharlo, estar cerca de Él… es lo que nos pone en camino. Jesús se acerca a la debilidad para darle un sentido, para colmarla. Como dice la segunda lectura, Dios toma lo necio del mundo, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta.
Y ¿cómo se vive esto y qué significa? Pues es una cuestión de confianza. Estamos llamados a vivir la confianza en que Dios nos acompaña en el camino de nuestra vida, en lo sencillo. Cuando de verdad creemos esto, en medio de las dificultades, podemos vivir con un sentido. No es lo mismo sufrir porque sí, que sufrir con sentido. Pidamos al Señor que nos ayude a descubrir la felicidad plena en Él, nuestra bienaventuranza a su lado.