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A veces nos pasamos media vida pensando en lo que tenemos que hacer; y, también a veces, necesitamos escuchar una voz que nos diga: «¡Hazlo!». Esto tiene mucho que ver con este último domingo de adviento, en las vísperas de la celebración de la Natividad del Señor, y lo recordamos a través de la persona de San José.

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La narración del nacimiento de Jesús que se nos transmite a través del evangelio de hoy nos deja delante de la cuestión acerca de la confianza de José. Esta situación no era fácil, porque San José se encuentra sumido en un mar de dudas. Sin embargo, en el momento de la duda, es cuando José recibe esta revelación de parte de Dios, en forma de sueño, que le invita a la confianza. José no deja de ser justo en ningún momento, porque incluso en medio de la duda, decide repudiar a su mujer en secreto para no generarle prejuicio. Sin embargo, cuando escucha la voz del Señor, José es capaz de dar un paso más y de acoger a María y al niño que espera como algo propio. José solo necesita saber que las cosas van según la voluntad de Dios.

Esto tiene que ver mucho con nosotros y con el final del adviento que estamos celebrando. Hemos estado preparando nuestro corazón y dejando a Dios que vaya trabajando en él durante el tiempo de adviento. Si todavía no lo has hecho, te recuerdo que Dios sólo necesita un instante para hacerte suyo, así que no te desanimes. Ahora bien, a veces, incluso siendo justos, lo único que nos falta es ese optar, escuchar la voz de Dios que habla a nuestro corazón y nos dice: ¡hazlo! Es cierto que estamos llamados a discernir la voluntad de Dios en nuestras vidas, pero esto nos lleva a optar y obrar en consecuencia, como hizo José, y comprometernos con ese Dios que no ha dejado de recordarnos su amor.

Optar significa dejar otras opciones fuera. Sin embargo, nosotros optamos por aquél que ya nos lo ha dado todo. No tengamos miedo de ponerlo todo en sus manos. Pidamos al Señor que nos ayude a optar por Él, con confianza, como San José. Así, podremos vivir junto a Él las fiestas de la Natividad del Señor, la venida del Dios con nosotros que siempre se acuerda de sus hijos y nunca los abandona.

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