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Con la solemnidad de Pentecostés finalizamos el tiempo de Pascua, con la certeza de que el Señor no nos ha dejado solos, porque nos ha dado su Espíritu que, como nos recuerda San Pablo en la segunda lectura, nos permite clamar que Jesús es el Señor, llamándonos a vivir en Él.

En el evangelio, el Señor, que da la paz a sus discípulos asustados, sopla sobre ellos el Espíritu Santo para perdonar los pecados. ¿Qué significa perdonar los pecados? El pecado es aquello que aleja de Dios, y el perdón es esa eliminación de la distancia entre Dios y el hombre que hemos recibido por la muerte y resurrección de Jesús. Y todo esto, lo realiza el Espíritu Santo en nosotros, hasta el punto de que, por el
Espíritu, a través de los sacramentos, esa distancia se elimina, porque los sacramentos son el punto de unión entre Dios y el hombre en la acción del Espíritu.

Nosotros, por el bautismo, hemos recibido el Espíritu Santo que actúa en nuestros corazones y nos une a Dios. Esta unión se refuerza en la Confirmación, y se realiza en nosotros cada vez que nos unimos a Cristo en la Comunión. Ahora bien, incluso cuando nos alejamos de Dios, Él nos espera en el sacramento de la reconciliación para que podamos unirnos a Él y crecer en su amor. Esto es Pentecostés: celebrar que Dios se ha unido íntimamente a nosotros, para que nuestra vida esté llena de Dios. El matrimonio, el orden sacerdotal, la unción de enfermos, son tres sacramentos que hacen presentes que todos los momentos y todas las circunstancias de la vida pueden estar llenas de Dios, poniendo el acento en aquellos momentos y lugares en los que Jesús nos ha prometido su presencia sacramental y la acción de su gracia en nuestras vidas.

 Inaccesible por naturaleza, aunque comprensible por su bondad, todo lo llena con su poder, pero solamente Participan de él los que son dignos, y no con una participación de única medida, sino que reparTe su poder en proporción de la fe.

San Basilio Magno, Sobre el Espíritu Santo

Por eso, celebrar Pentecostés significa hacernos conscientes de que Dios no se ha separado de nosotros, sino que viene a nosotros para darnos vida. Que el Señor nos ayude a descubrir su presencia en nosotros y en nuestra vida cotidiana a través de la acción del Espíritu Santo.

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