En este domingo de adviento, se nos recuerda la grandeza de lo sencillo y el valor de nuestra esperanza. Y es que estamos ya en el tercer domingo de adviento, domingo «Gaudete», en el que somos llamados a alegrarnos en el Señor, como nos recuerda el apóstol San Pablo. Ahora bien, ¿de dónde procede nuestra alegría?
En el evangelio, los discípulos de Juan preguntan a Jesús si es Él a quien tenían que esperar. Esta pregunta nace de la duda. Esperaban un Mesías pero, ¿Qué hace un Mesías? Quizá esperaban que tuviera superpoderes, que eliminara a los romanos de su tierra de un plumazo, o que disparara rayos mortales por los dedos… Sin embargo, Jesús les habla del poder de Dios que se manifiesta en su vida: «los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio». Es Jesús quién marca los esquemas, no las pretensiones de los demás.
La promesa que Dios hace a Israel es una promesa de plenitud, de un gozo que nace del corazón y que llena la vida del hombre, por encima de las circunstancias. Ahora, para quienes esperen otra cosa, esto quizá no resulte suficiente. Nosotros nos encontramos en el adviento, tiempo de espera y esperanza. Sin embargo, quizá a veces le digamos tanto a Dios cómo tiene que hacer las cosas, que se nos olvida que es Él quién conoce lo que más necesitamos. A veces nos cuesta darnos cuenta de que su providencia actúa en nuestras vidas y que nunca se separa de nosotros. Para ver esto, tenemos que estar abiertos a dejarnos sorprender. Si lo hacemos, nos daremos cuenta de que la acción de Dios viene donde más lo necesitamos. Pero, para eso, necesitamos reconocer que Él sabe más.
La paciencia de la que habla San Pablo es la clave de todo. Se trata de dejar a Dios ser Dios: ser el que lleve la iniciativa y el que marque los tiempos. Se trata de dejar que Él actúe a su manera, ahí está nuestra grandeza. Y esto se traduce en pequeñas cosas del día a día: no quejarnos porque los demás no son o hacen como a nosotros nos gustaría, y aceptar que en nuestra mano está el fiarnos hasta el final.
Vamos a pedir al Señor que nos enseñe a ser pacientes y que nos ayude a dejarlo actuar en nosotros a su manera, para poder seguir descubriendo aquello que realmente espera nuestro corazón para llenar nuestras vidas con la grandeza de lo sencillo