¿De verdad se puede reinar desde el perdón? Esta pregunta está en el centro de la solemnidad que celebramos hoy. Jesucristo, Rey del Universo, nos recuerda cómo Cristo reina y cómo nos invita a vivir este reinado en medio de nuestro día a día.
Cuando leemos las lecturas de hoy vemos el contraste de la primera lectura del Segundo libro de Samuel con el Evangelio que escuchamos. En una, escuchamos cómo el pueblo de Israel unge a David como rey; en la otra, vemos a un crucificado con un letrero encima que dice que es rey. Muy distintas las escenas, pero ambas responden a la misma lógica: es Dios quién establece su reinado. Y la forma definitiva, la observamos en la cruz. Cristo, crucificado, ejerce su reinado desde el perdón al ladrón arrepentido.
Este ladrón, al que la tradición ha recordado como Dimas, es aquél que es capaz de reconocer su situación, y solo pide un recuerdo por parte de Jesús cuando llegue a su reino. Es decir, que reconoce a Jesús como rey, a pesar de estar en el mismo lugar en el que está él. Jesús le promete estar con él en el paraíso: Dimas ha entrado en el Reino. Esto nos llena a nosotros de esperanza, puesto que reconocer a Jesús como rey nos abre la puerta a entrar en su Reino.
Ahora, este reino consiste en reconocer la autoridad y el poder de Dios en nosotros. Por el bautismo, todos hemos recibido el regalo de participar del reinado de Cristo. Pero, ¿cómo se manifiesta este reinado? En la medida en que somos libres para seguirlo, y nos desatamos de aquellas cosas que nos alejan de Dios, dejamos a Jesús que sea Rey también en nuestras vidas. Se trata de dejar que Él sea protagonista en la historia de nuestra vida, y no un actor secundario.
Por eso, pidamos al Señor que nos ayude a ser libres para dejarle entrar en nuestras vidas. Que nos dejemos hacer por Él y que lo reconozcamos como Rey desde la cruz, porque si ha vencido a la muerte y vive para siempre, también nos ayudará a vencer las cruces con las que cargamos en nuestro día a día