Hoy, las lecturas de la Sagrada Escritura, son una invitación a dejar de lado el «es que…», la excusa, para poder vivir el adviento. En el evangelio aparece Juan el Bautista, que nos hace una llamada fuerte a la conversión, a salir de las excusas que buscan la autojustificación y a ponerse en camino hacia Dios, que viene a nuestro encuentro.
El evangelio que escuchamos en este domingo de adviento nos muestra la llamada de Juan Bautista a la conversión, a poner la mirada en Dios y situarlo en el lugar que le corresponde en la vida de cada persona. De hecho, vemos que Juan el bautista, con su vida, llama a centrarse solamente en Dios, y lo hace sin importar a quién tenga delante. Juan pide a los fariseos y a los saduceos que den el «fruto que pide la conversión», y que no busquen justificarse en nada que no sea volver su mirada hacia Dios.
Ahora bien, ¿Qué significa convertirse? La conversión es algo que estamos llamados a vivir constantemente, y particularmente en los tiempos penitenciales, de preparación. Convertirse significa volver nuestra mirada hacia Dios en aquellos aspectos en los que hemos dejado de mirarlo y tenerlo en el centro. Y, al mismo tiempo, es una cuestión de confianza, sabiendo que lo que nosotros no podemos cambiar de nuestras vidas, Dios sí puede. No podemos conformarnos siendo ariscos con los otros o diciendo «es que yo soy así». Estamos llamados a ser más de Dios cada día, en todo lo que somos y vivimos. La promesa del profeta Isaías en la primera lectura es una promesa de novedad y renovación, de hacer que lo que parece improbable se vuelva un anuncio.
No perdamos la esperanza en nosotros mismos. Si volvemos nuestra mirada hacia Dios, Él mismo nos ayudará a centrarnos en su misericordia y a dejar que vaya trabajando en nuestro corazón. Se trata de creer que lo que nosotros no podemos, Dios sí lo puede en nosotros. Como nos dice San Pablo en la segunda lectura, tengamos paciencia con nosotros mismos para mantener nuestra esperanza viva.