«Ave Caesar, morituri te salutant«. Con estas palabras se situaban los soldados romanos delante del César, haciéndole saber que los que le saludaban estaban preparados para morir. Esta frase muestra su disposición para llegar hasta el final, así como su capacidad de entrega. Nosotros empezamos el Adviento y, ¿estamos dispuestos a llegar hasta el final?

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El adviento es un tiempo especial en la vida de la Iglesia, porque es el tiempo en el que nos preparamos a la venida del Señor. Ese es el anhelo de nuestro corazón: que Jesús venga. Nuestra fe nos asegura que Jesús volverá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y confiamos en que, por su misericordia, nos tendrá por siempre junto a Él. Ahora, cuando eso ocurra, debe encontrarnos preparados.

Si supieras que te vas a encontrar hoy con alguien importante para ti, ¿qué harías? Imagino que, como mínimo, intentar causarle una buena sensación. Seguramente desde lo exterior, pero también desde el interior: con tus gestos, tu manera de mirar, tu sonrisa… Si hoy te encontraras, de manera inequívoca, frente a Dios, sin velos y viéndolo cara a cara ¿cómo te gustaría estar frente a Él? Imagino que, como poco, podríamos decir que de la mejor manera posible.

Para eso vive la Iglesia el tiempo de adviento. Todos los cristianos debemos recordar que nos disponemos a encontrarnos con Dios, y que Jesús vendrá, y que queremos que nos encuentre preparados. Por eso el tiempo de adviento es un tiempo penitencial, porque es un tiempo para prepararnos. Justamente las lecturas de este primer domingo de adviento son una invitación a abrirnos al porvenir con un corazón dispuesto.

«Esta también vosotros preparados»

Hoy las lecturas nos invitan a hacer presente esa invitación del Señor a estar dispuestos y preparados. Dios hace una promesa de plenitud que se hace concreta en cada una de nuestras vidas, y Jesús nos invita a que nos dispongamos para vivir el encuentro con Él. Por eso en el evangelio de este domingo, el Señor nos recuerda que es necesario estar preparados y abiertos al porvenir, a la novedad de Dios en nuestras vidas.

Jesús recuerda la historia de Noé, y cómo todo cambió con la venida del diluvio, que no esperaban, pero que hizo que todo lo conocido cambiara. Del mismo modo, la venida del Hijo del hombre es esa novedad que lo cambiará todo. Ya lo ha hecho, cuando hemos descubierto en el momento presente su venida en nuestras vidas, pero sabemos que también lo hará cuando venga de manera definitiva. Por eso, es necesario estar en vela, y recordar que somos hijos de la luz, como nos dice San Pablo en la segunda lectura.

El tiempo de adviento es un tiempo para «espabilarse», para ponernos en disposición y en actitud de preparación ante la venida de Jesús. No tenemos excusa, necesitamos ir dejando que la gracia prepare nuestros corazones, sin conformarnos con una vida mediocre. No podemos conformarnos con cualquier placebo que acalle la voz de nuestra conciencia: estamos llamados al Amor y para el Amor, y cualquier cosa que no lo sea le va a parecer poco a nuestro corazón.

Por eso, pidamos al Señor que nos ayude a estar atentos en este tiempo de adviento. Que nos dispongamos a encontrarnos con Él y que nuestras vidas sean un reflejo del deseo de Amor que Dios ha puesto en nuestros corazones. No nos conformemos con el «es que yo soy así» o el «no puedo cambiar»: pongámonos en camino, con la ayuda de Dios, y dispongámonos a encontrarnos con Él.

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