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Este domingo del Tiempo Ordinario, nos ponemos en camino. Y hoy, en el evangelio, nos encontramos con el hecho de que Jesús ya comienza a incomodar, y en su propio pueblo además. ¿Por qué? Porque Jesús habla con libertad a quienes están a su alrededor, y eso no cae bien a todo el mundo, como sucede en el evangelio de este domingo.

La gente ve en Jesús a un conocido, porque está en su pueblo, pero Jesús reconoce que ningún profeta es bien mirado en su tierra. El motivo es algo que tenemos muy presente en nuestras vidas: la costumbre. La gente de su pueblo está tan acostumbrada a ver a Jesús, que no se deja sorprender por su presencia. Esto sucede mucho, y puede sucedernos a nosotros también cuando creemos que ya lo hemos visto todo. Esta actitud es la de quienes están «de vuelta de todo»: quienes ya lo saben todo y no necesitan que nadie les diga nada. Esto, en definitiva, es no necesitar mejorar y pensar que ya somos perfectos, porque si somos perfectos, nadie nos tiene que llamar a mejorar cada día. A quien ya lo sabe todo, nadie tiene nada que descubrirle.

A quien ya lo sabe todo, nadie tiene nada que descubrirle

Si queremos ser discípulos de Jesús, tenemos que estar dispuestos a escucharlo. A veces, nos costará menos. Otras veces, nos costará más y será más difícil hacerlo. Pero siempre que estemos dispuestos a dejarnos sorprender, estaremos creciendo como cristianos y como discípulos de Jesús. No tenemos que tener miedo a que Jesús nos invite a cambiar cosas en nuestras vidas, porque Él lo hace desde el amor, porque siempre podemos amar mejor a los demás. Que Jesús nos ayude a amar como Él nos ha amado y a dejarnos sorprender, para descubrir que el amor de Dios es el motor de nuestras vidas.

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