¿Cómo vive un alumno el Festival de San Sebastián? Nacho Errando nos lo cuenta desde dentro

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Esta entrada ha sido redactada por Nacho Errando, alumno de Comunicación Audiovisual de la Universidad CEU Cardenal Herrera, quien también ha cedido las fotografías que realizó en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián.

«Me gustaría hablar sobre los sueños, las historias, los placeres, las frustraciones, sobre las cosas bellas, hipnóticas, desgarradoras, históricas, perturbadas, cariñosas, feas, brutales, sencillas. Me gustaría hablar sobre cine.

Hace un año me propuse realizar uno de los grandes deseos y aspiraciones de mi vida: encontrar el modo de ver cine gratis (sin que ello supusiera un acto delictivo, claro está).

Los festivales de cine son la excusa perfecta para adentrarse en un submundo lleno de historias y seres de otro planeta, de buen ambiente y gente inquieta, por lo que decidí poner mis ojos sobre estos magníficos fenómenos cinematográficos, ya que una corazonada me decía que allí podría estar la solución a mis aspiraciones y deseos.

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El Festival de Cine de San Sebastián fue desde el primer momento el lugar al que peregrinar. Se trata de uno de los festivales más importantes y completos de toda Europa, y está a no más de ocho horas en bus de mi casa (Valencia), algo jugoso y difícil de ignorar.

Empecé con mentiras, como se suele empezarse siempre con esto de cumplir sueños, con torpeza y mala pata. Intenté conseguir una acreditación de prensa para colarme en el festival sin necesidad de pagar el precio de la entrada (que es bastante elevado), inventando papeleo y todo lo que me pedían. Y como es de esperar, antes se pilla a un mentiroso que a un cojo, por lo que me denegaron la acreditación y mi entrada el paraíso.

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Pero aquí es cuando realmente comienza todo, cuando a raíz de esto (de las mentiras y la curiosidad) encontré, a través de la web del propio festival, otro modo (mucho más interesante) de acceder de forma gratuita al festival. Se trataba de “El jurado de la juventud”. Sonaba angelical, celestial, improbable, sí, pero existe. Se trata de un jurado compuesto por gente de entre 18 y 25 años que le apetezca ver cine, una media de tres películas diarias, además de votar las películas propuestas. Y eso es todo. Lo único que hay que hacer es mandar una fotografía, documentación básica y ya está, sueño cumplido.

Mi experiencia allí, como ya he dicho antes, fue maravillosa. La ciudad de Donosti es un lugar ineludible, obligatorio, perfecto para cualquier amante de las cosas buenas. Hay buena comida, buena compañía y buen cine. Se trata de la meca de la cultura audiovisual, del paraíso de todo cinéfilo.

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Conoces gente, vas con esa gente a ver los filmes, después comentas las películas en alguna taberna (tomando pinchos y sidra), y te encuentras con alguno de los personajes que acabas de ver en la pantalla. Te acercas y comienzas a hablar con él, sobre las dudas que te ha despertado la historia, o sobre la comida, qué más da. No es más que una excusa para dejarse llevar por el placer de la cinefília, el placer de soñar despierto.

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Las salas se llenan como nunca lo había visto antes, comco si fuera un privilegio asistir a aquello, reina el respeto y la pasión por ver, por empaparse de todo lo que escupe el proyector. La gente se emociona, aplaude en los momentos necesarios, llora o ríe. La ciudad entera se vuelca por el séptimo arte, por el placer de ver y escuchar. El público es un elemento más de las películas, se genera un extraño vínculo de comunidad, como quien asiste a un mítin en pro de la ficción, en pro de la cultura.

Me gustaría hacer un llamamiento a todo aquel que le guste hipnotizarse, dejarse llevar, volar, enredarse, experimentar. Porque el cine es eso, un modo de desplegar alas sin tenerlas, de cerrar los ojos teniéndolos bien abiertos.»

Nacho Errando

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